Espacio Bunker
Artes visuales, territorio y autogestión
Lo que empezó como una necesidad de un grupo de amigos en visibilizar creaciones artísticas locales, con el tiempo, se convirtió en un proyecto colectivo que se ganó el afecto de una comunidad. A cuatro años de su creación, Plataforma GAIA habló con Elisa Jaime, Luisina Fava y Carolina Herrera, coordinadoras de este espacio autogestivo, acerca de sus orígenes y el trabajo territorial que va más allá de la simple exposición de obras.

Por Macarena Pereyra
Dentro de la escena artística sanjuanina, son pocos los espacios independientes que pudieron mantenerse en el tiempo. Los que cerraron sus puertas (entre ellos: Casa Roja, La Mandorla y Patricias) detallan en una carta de despedida varias razones, pero la principal es la crisis económica que derivó en aumento de alquiler y servicios, agravada por la pandemia y sus respectivos protocolos de aislamiento, que les dio el golpe final.
La tarea de sostener un espacio autogestivo, no es fácil, demanda un trabajo sin descanso y la remuneración económica es escasa o a veces nula. A diferencia de otros centros culturales oficiales o privados que cuentan con mayores recursos y una programación sostenida de actividades, las propuestas impulsadas desde el circuito independiente, se hacen a pulmón, lo que significa grandes esfuerzos para poder concretar los objetivos. A pesar de ello, algunos logran sobrepasar vicisitudes y a fuerza de perseverancia, avanzan y tejen redes no sólo entre artistas, sino con la misma comunidad en la que se insertan.
Una de estas excepciones es Espacio Bunker, que en febrero pasado cumplió cuatro años y se afianza en la provincia como un espacio cultural para la circulación, formación y producción en el campo de las artes visuales con un trabajo en tres ejes fundamentales: formación con talleres y clínicas; circulación de obras en ferias y muestras y de portfolios de lxs artistas que trabajan en conjunto con el espacio. Sus impulsores son Carolina Herrera (Profesora en Artes Visuales), Luisina Fava (estudiante de artes visuales, gestora cultural y artista), Soledad Solar (estudiante del profesorado y licenciatura en Artes Visuales) y Nicolás Espejo (profesor de artes visuales, gestor, y artista) a los que luego se sumó Elisa Jaime, (docente en artes visuales).
Desde la gestión independiente, buscan generar nuevos cruces entre artistas, como así también con la comunidad de vecinos a través de la acción territorial. El contenido que se desarrolla en el espacio está abocado a las artes visuales contemporáneas y a la visibilización de las producciones de artistas jóvenes y emergentes de San Juan.

El origen
En febrero de 2018, cuatro amigos y compañeros de Artes Visuales de la UNSJ, se encontraron con la falta de espacios para exponer obras, requisito académico que exigía una de las materias de dicha carrera universitaria.
Ante la necesidad de acceder a un lugar para exponer, fueron gestando la idea de poder crear uno propio. Luisina Fava explicó: “Nos dimos cuenta de las dificultades para mostrar nuestros trabajos. Lo imaginamos como un espacio para nosotros y para el afuera, supliendo una necesidad que no solo era nuestra. Lentamente se fue trasformando y trazamos otros objetivos”.
Al inicio contaron con el apoyo de otros espacios independientes como Patricias, La Mandorla y Casa Roja, con quienes forjaron alianzas creyendo firmemente que el trabajo dentro de los circuitos independientes tiene que ser colectivo. Sin embargo, con el tiempo, los responsables de La Mandorla decidieron tomar diferentes caminos, y tanto Casa Roja como Patricias, fueron afectadas por el incremento de los alquileres y la pandemia, que les impidió realizar actividades presenciales aranceladas, en consecuencia, decidieron cerrar sus puertas.
No obstante, Espacio Bunker supo articular también con otras instituciones como es el caso del Museo de Bellas Artes Franklin Rawson. Ante la necesidad de realizar un viaje o pensar un taller, reconocen que cada vez que lo necesitan las puertas del establecimiento están abiertas. Asimismo, fueron beneficiarios de programas de gestión estatal (provinciales y nacionales) relacionados al trabajo en las artes visuales, como la formación en curaduría y programas de financiamiento para mejorar el espacio con el que pudieron adquirir sillas, mesas y herramientas tecnológicas, que les permitió no sólo mantenerse, sino también crecer.

Invitar a crear
A medida que el equipo puso en marcha sus primeras actividades, algunos vecinos del barrio comenzaron a preguntarse qué hacían estos jóvenes que entraban y salían de una casa que no habitaban normalmente. Quienes son responsables del espacio cuentan que al principio los vecinos los miraban con desconfianza y solían hacer reclamos a la dueña del inmueble. La imagen más representativa que describen detalladamente y consideran el inicio del vínculo espacio-barrio, fue el de una vecina que venía de comprar mercadería para cenar y se animó a preguntar y a ver que hacían. Los integrantes de Bunker la invitaron a observar una exposición. Una imagen calaría profundamente en su memoria: una señora, su bolsa con prepizzas y una obra frente a ella.
Carolina Herrera destaca esta imagen que les generó desconcierto y comentó: «todo empezó muy orgánico, había una necesidad de un espacio que funcionara como taller, reuniones y lugar para exponer. Luego con las primeras muestras nos dimos cuenta que estábamos funcionando dentro de un lugar inmerso en un lenguaje barrial. Invadíamos el espacio público y los vecinos nos observaban y se acercaron de a poco. Explicarles lo que hacíamos y tener la posibilidad de que se sumaran a entrar en alguna muestra fue una hermosa experiencia. Ahí dijimos: es esto, también tenemos que ir por este camino».
Elisa Jaime también comentó cómo esta experiencia les permitió pensar de manera diferente: “nos dimos cuenta que la intención de generar esos espacios en contraposición de aquellos que no son de fácil acceso no era solo para el grupo de estudiantes y artistas visuales, sino también para la comunidad barrial».

Así fue como nació Proyecto Veredas, una de las propuestas con base en el territorio que ideó el equipo para realizar una serie de talleres y encuentros destinados a la comunidad circundante al espacio. En estos encuentros participaron artistas invitados, que compartieron con los vecinos. Mientras dibujaban, varias participantes intercambiaron anécdotas del barrio, a la vez que eran retratadas por los artistas, plasmando en conjunto el “patrimonio inmaterial” de la zona. Este era uno de los objetivos: construir un mapa del barrio donde cada participante incluyera su mirada, su manera de habitar la vereda a través de la ilustración de historias, leyendas urbanas, recuerdos y de la creación de personajes ficticios que podrían habitar el lugar desde la fantasía infantil.
Los trabajos que resultaron de estos encuentros formaron parte de la Bienal de dibujo que se realizó en el Museo Provincial de Bellas Artes Franklin Rawson. “En el museo fue hermoso ver a las vecinas viendo sus obras, lo que sorprendió fue que algunas iban por primera vez al lugar, quizás por temor o porque era algo ajeno”, expresó Luisina Fava.
Según Carolina Herrera, la falta de acceso o intención de participar de las comunidades barriales a las propuestas de los museos se debe a la falta de políticas inclusivas: “En nuestro espacio las muestras son libres y gratuitas y aun así las personas del barrio no se acercan a un espacio ajeno. Lo que falta es la invitación, hacerles saber que estos lugares también son para ellos y que no hace falta saber o pertenercer a las artes visuales. Que (los vecinos) tengan la oportunidad de ir al museo y vean las obras los hace sentir parte del espacio, de un trabajo y de la discusión”.
Este grupo de amigos y colegas reconoció la existencia de una problemática en debate: la no presencia de los barrios y sectores periféricos de la ciudad, en actividades culturales y artísticas nucleadas en espacios céntricos, a pesar de que se hable en términos de “gratuidad” o “libre acceso”. Es por esto que, para los coordinadores del espacio, estas actividades en el espacio público asumen una estrategia eficaz de comunicación y vinculación, ya que invitan a la participación y al desarrollo social comunitario. De este modo, el proyecto se convirtió en un elemento clave para llegar a otros públicos y hacerlos partícipes de procesos de transformación cultural. Para ello, el arte abre la posibilidad de generar diálogos espontáneos que pueden derivar en procesos de aprendizaje. A través de estos proyectos donde arte y comunidad se asocian trabajando de forma transversal, se logra que la práctica artística esté cerca de la cotidianeidad del vecino y lo hace además, partícipe de la misma.
Basada en lo actuado, la profesora universitaria Elisa Jaime consideró: «estas experiencias fueron muy significativas para la comunidad. Nos pasó que después de varias acciones compartidas con la gente del lugar, se acercó el hijo de una de las mujeres que nos acompañaban en las actividades. Nos contó que su mamá siempre hablaba de nosotros y vimos lo interesado que estaba en ver los trabajos que ella había hecho».
Sostener desde la autogestión
En la actualidad, el trabajo del equipo coordinador de Espacio Bunker se divide entre la docencia y la gestión cultural.
Apunta a que en un futuro cercano, el modelo de gestión se convierta en una una fuente laboral más estable a partir de las actividades que se realicen y de esa forma, poder mudar las actividades a un espacio físico más amplio, pero siempre manteniéndose dentro del contexto de lo barrial.
Aunque esta labor pueda generar crisis y dudas entre quienes sostienen un proyecto autogestivo, no perder de vista los objetivos es clave. Ante este planteo, Carolina Herrera comentó: «la crisis está y la búsqueda de sentido es constante, pero siempre hemos tenido una idea muy clara. Le dedicamos tiempo, amor, estudio y trabajo. Somos un grupo de trabajo y de amigos y eso influye. Estamos trabajando para la escena artística y cuando vemos que un artista no se va a grandes urbes para presentar su obra y lo hacen en nuestro espacio nos damos cuenta que algo estamos haciendo bien. Bunker termina siendo un nexo entre artistas. Los resultados suelen ser a veces intangibles, pero estamos seguros que con esto no queremos pagar deudas o vivir, es otro el objetivo. Además, esta propuesta nos sirve a nosotros, también queremos que nuestras obras circulen, hacer nexo con otros lugares y este proyecto nos ayuda. A veces entramos en el debate de que podríamos estar trabajando de otra cosa y no trabajando “gratis”, pero no hay remedio, hacemos lo que nos gusta».
Los espacios independientes son un pilar importante a la hora de relacionarse con el arte y establecer relaciones con otros, de conocer artistas emergentes y descubrir otros discuros. Es necesario repensar qué espacios se habitan, cuáles se encuentran en crisis y requieren aportes colectivos como también el accionar individual.
Espacio Bunker es el resultado de cuatro años de experiencia colectiva y en red. Contribuyó al aprendizaje y al activismo con la comunidad y el territorio, visibilizando una realidad. En el caso de las artes visuales, las obras pueden vivir en galerías, en museos públicos o privados y también en un barrio, donde las vecinas toman mate en la vereda a la vez que dibujan un recuerdo.