Manuel, Julio y Camila Oñate

Una familia de payasos

Ellos son Gato, Gatito y Gatita, artistas de Cirque XXI 360. Comparten algo más que un lazo sanguíneo, son padre, hijo y nieta, que están unidos por el mismo amor al circo y las ganas de contagiar alegría al público. En su gira por San Juan abrieron las puertas de su camarín a Plataforma GAIA.

Fogón

Gato, Gatito y Gatita, los payasos de Cirque XXI 360. (Fotos: Romina Maina)

Por Romina Maina I 19-03-23

Manuel tiene 76 años y es el hombre detrás del payaso al que todos conocen como Gato en el ambiente circense. Junto a él, en la carpa de Cirque XXI -instalada en el predio abierto del Paseo Libertad- está su hijo Julio (Gatito) de 50 y su nieta Camila (Gatita), de 12. Ellos conforman la familia cómica del circo y Manuel, el mayor de todos, dice orgulloso: “Eso es una doble satisfacción y me honra mucho”, mientras recibe a Plataforma GAIA en el camarín.

Falta poco menos de una hora para que inicie una nueva función y el movimiento comienza a ser cada vez más intenso. El ambiente es distendido, pero no hay tiempo que perder. A medida que transcurre la entrevista, Manuel avanza en su maquillaje, y otros artistas pasan de un lado a otro por el interior de la carpa para preparar sus rutinas.

Quien toma la palabra, luego, es su hijo Gatito que con entusiasmo recuerda sus primeros años en el oficio: “La primera vez que mi papá me pintó de payaso, yo tenía 6 años, y entraba a un sketch muy pequeño”. Pero fue recién en los ’80 cuando comenzó su carrera profesional en el Circo Taconhy (creado por el padre de Sebastián y Fabián López, que hoy comandan el Cirque XXI).

Desde entonces, junto a su familia hizo giras por distintos circos. Entre ellos Serbian, Rodas y Anima, además de Cirque XXI al que volvieron hace nueve meses. “El artista circense no está toda la vida en un circo. Se va cambiando, como el futbolista de club. Los representantes somos nosotros mismos”, cuenta el heredero de esta tradición quien reconoce, además, que con Internet y las redes sociales se facilitó mucho la comunicación y las posibilidades de recibir ofertas laborales.

La previa. Manuel (Gato) minutos antes de la función. Con más de 50 años en los escenarios, cuenta con una gran experiencia que transmite hoy a su hijo y nieta con quienes comparte cada espectáculo.

 

Sin embargo, Gatito (Julio) -que también oficia de anfitrión en la apertura del espectáculo- asegura que hoy están muy cómodos en esta compañía “porque hay un vínculo de amistad con el dueño del circo, más allá del contrato laboral” y eso les permite “trabajar con libertad y adaptar las rutinas a las distintas funciones, porque no siempre son las mismas”.

Lo que también cambia es la vestimenta. Pelucas, zapatos grandes, prendas de colores llamativos y pantalones anchos los acompañan en cada número. Pero en otros sketchs llevan tirantes, gorro y nariz roja. Agregan o eliminan algún accesorio y renuevan así su imagen en cada intervención.

Pero, más allá del atuendo inconfundible y propio de estos personajes circenses, hay payasos de variados estilos. A la hora de definir cuál de todos es el que sigue este grupo, Gato (Manuel) responde de inmediato: “Es el tradicional”. Y esto puede advertirse en “el usar chalupa (zapatos típicos de los payasos), peluca, las cascadas (caídas), los clac (cachetadas o bofetadas)”, enumera. Sobre esta última técnica que simula el efecto de un golpe aclara su sentido: “No es un castigo, funciona como un llamado de atención”.

Con más de 50 años sobre los escenarios, este payaso que llegó (desde Chile) a la Argentina en los ’70 recibió las influencias de los artistas de ambos lados de la cordillera. Y en esa mixtura confluyeron también otras corrientes artísticas, sobre todo provenientes del viejo continente.

El payaso es un niño. (…) Torpeza, ingenuidad y ternura. Irreverente, pero no insolente. Ni tampoco pícaro. Es el personaje más puro del circo. (Julio Oñate)

Ida y vuelta. Durante la apertura del show, Julio oficia de anfitrión y eleva el ánimo del público, mientras que éste responde activamente con aplausos, brazos en alto y ovación.

Un trío imparable. Gato, Gatito y Gatita juntos en escena. Tocan instrumentos, se caen del escenario, se meten entre las plateas y provocan risas en espectadores de todas las edades.

Cuando me preguntaron qué queres ser, dije payaso. Toda la vida payaso (Camila Oñate)

En relación a la manera en que conciben al payaso y construyen sus personajes Gatito aporta: “Mezclamos el estilo sudamericano y europeo. Tenemos influencias francesas, inglesas, italianas, porque en Italia hay muy buenos payasos y en Inglaterra también. Y eso se ve en la manera en que trabajamos con el público. Ese estilo es europeo y después está el payaso sudamericano que se cae, que se pega el costalazo, los clacs”.

En ese momento entra al pequeño camarín, Gatita (Camila), ella cuenta tuvo varias opciones a la hora de elegir una disciplina artística que le gustara. Pero no dudó en seguir los pasos de su padre y de su abuelo: “Empecé con contorsiones pero no me gustaba hasta que me dejaron sola y cuando me preguntaron qué quería ser, dije payaso. Toda la vida payaso. Y pasó que mi abuelo se enfermó de Covid y le dije a mi papá si podía darle una mano, al dueño del circo le gustó la idea, el show gustó y quedé. Se siente hermoso el contacto con el público. Es un orgullo, no podés explicarlo tampoco. No hay nada de nervios, es como un juego. Para mí es eso. Algunos pueden pensar que como soy chica me obligan a trabajar, pero no, es algo muy lindo para mí, lo hago porque me encanta”.

Sobre la primera vez en un escenario, recuerda que su debut fue “un desastre, el maquillaje todo un desastre. Después fui mirando. Lo primero que me dijo mi papá es no me mires a mí, mirá a los demás payasos. Y yo empecé a ver a Pastelito y Los Calugas”, dice entre risas la joven artista quien rápidamente comienza a colocarse las prendas para hacer la primera entrada al escenario.

En lo que respecta a la comicidad se sabe que hay cosas que ya no funcionan como antes. Y de la misma manera, que el circo evoluciona, lo hace también el humor. “Si el payaso habla mucho o hay chistes subidos de tono -dice Gatito- al público ya no le gusta”. Y agrega: “Veía una encuesta que decía que si el cine de Alberto Olmedo o de Porcel o de Tristán se realizara hoy, terminaría rechazado porque es un estilo de humor que ya está obsoleto. Yo lo que humildemente veo en Argentina, no sé cómo estará en Chile o en Europa -aunque creo que está igual- es que el payaso tiene que ser rápido, movedizo, cortito y al pie. Y jugar con el público. Puede ser una rutina más larga pero para eso lo tienes que atrapar. Cuando se te escapa el público ya no te da bolilla”.

Por esta razón, esta troupe de payasos -que son los que hilvanan también el espectáculo con sus divertidas performances- le imprime mucho dinamismo al show y mantiene interacción permanente con la platea que toma un rol activo y participativo: “Sino la gente se aburre. Nos sentimos orgullosos de llevarlos al punto de que griten, se levanten, de que canten, de que hagan ovacion, y acá tengo que decirte con mucha humildad y sin creérnosla que sí somos creadores de la guerra de aplausos y de la incorporación del uso de los celulares no porque sea nuestro porque es algo que se utiliza en los recitales. Pensamos que podía funcionar en el circo y así fue. También hemos sido criticados. Nos han dicho ‘ustedes hacen gritar y nada más’ pero no es eso, yo creo que el público sale enérgicamente desgastado, pero a la vez muy divertido”.

Guardianes de la risa. Padre e hijo mantienen atentos al público con su desparpajo y complicidad. Los aplausos son fundamentales para sostener el ritmo del show.

 

Al respecto, Julio sostiene que la última palabra siempre la tiene el público. Por eso se guía por las reacciones y señales de los espectadores frente a lo expuesto en escena. Si reciben, llegado el caso, algunos comentarios negativos sobre el espectáculo, consideran que lo más importante es lo que suceda dentro de la carpa.

“Yo sí acepto la crítica constructiva pero más que nada del público. El público sabe y es inteligente. Siempre para mí será juez y jurado. Esta es una contrariedad que siempre he tenido con algunos compañeros, directores y con algunos empresarios. Una vez, un amigo empresario me dijo: ‘a mi no me gusta lo que hacés, pero tengo que reconocer que al público sí, entonces mi opinión no cuenta’, por eso siempre les respondo que se fijen en la reacción del público», comenta el clown.

Sus rutinas vienen de larga data y tienen las influencias de grandes cómicos de la historia. Esto demuestra que, a pesar de los cambios en el entretenimiento a lo largo de las décadas, hay recursos cómicos que aún se mantienen vigentes y atraen a las nuevas generaciones. “Agarramos rutinas cómicas de 1920 y de 1930 y las practicamos en el presente. A los chistes de Charles Chaplin, Buster Keaton, de los Tres Chiflados, de Jerry Lewis, de Steve Martin o de Abbot y Costello, nosotros los remixamos y actualizamos”, relata el joven clown.

 

Pura ternura. La dupla de Gato y Gatito durante una de las rutinas más emotivas del show. Con mucha sensibilidad regalan un mensaje de amor y cargado de valores, antes de despedirse de la función.

 

Aún así, el desafío es enorme si se tiene en cuenta que existen nuevas audiencias y otras formas de entretenimiento. Por eso, el aprendizaje y la formación permanente del artista es para Julio una gran clave: “Hay que ofrecerle al público de hoy, un espectáculo donde ya nada es un secreto. En la televisión estaba el Mago Enmascarado que te decía como se hace un truco, en la tele está también la magia del cine que te muestra cómo se realizan las escenas. En este contexto lograr que un niño te preste atención, que ria, que cante cuando juega Playstation o ve Los Simpson, y que está super estimulado por la televisión de hoy, por Internet y por los youtubers, es como ganarse un premio cada noche”.

A esta altura de la charla, el volumen de la música aumenta en el interior de la carpa y es señal de que está por comenzar la función. Es momento de cerrar la entrevista. Pero antes de salir al escenario, Gatito deja una reflexión final acerca de cómo debe ser el humor de un payaso desde su punto de vista: “El payaso jamás puede decir una palabrota o ser grosero. Estoy en contra del payaso de las malas palabras, que se hace el pícaro. El payaso es un niño. Vamos a ponerlo así, es el Chavo del 8, es Kiko. Torpeza, ingenuidad y ternura. Irreverente, pero no insolente. Ni tampoco pícaro. Es el personaje más puro del circo. Y tiene que llevar siempre un mensaje de paz, de amor y de fraternidad. Es un personaje central pero eso te lo tienes que ganar”.

 

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