Damián Ferraris Espejo
“Para mi abuelo defender los derechos del trabajador era la lucha de su vida”
Damián Ferraris Espejo es investigador y escritor enfocado en la reconstrucción de la memoria obrera y sindical del peronismo. Es nieto de José Espejo, histórico dirigente de la CGT y figura clave durante la primera etapa del peronismo y también de la resistencia peronista durante la proscripción, las dictaduras militares y los breves períodos de gobiernos democráticos de Frondizi y Arturo Illia. Su misión de rescatar y divulgar el legado político de su abuelo, lo llevó a trabajar en conjunto con el historiador y periodista Hernán Brienza a publicar el libro “José Espejo: El guardián de Evita”.
Por Raúl Caliva
José Espejo fue el idealista sindical que, formado en sus lecturas sobre la Guerra Civil Española y las lecciones de la Revolución Mexicana, logró unificar el movimiento obrero argentino, liderando la Confederación General de los Trabajadores, siendo la mano derecha de Evita. Su intensa vida política, las persecuciones que sufrió y su ejemplo de lucha, que casi cayó al olvido absoluto, la excepcional fuga de una de las cárceles más terribles del país, fue relatado en las páginas de este libro que escribieron juntos Brienza y Ferraris, logrando una interesante biografía que todavía sigue ampliándose.
A modo de un caleidoscopio, se refleja el arquetipo de esa clase trabajadora que despertó su conciencia cívica y se asentó en su irrevocable determinación de forjar una patria socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. A través de archivos, crónicas de época, reconstrucción de la memoria familiar, el historiador y el nieto (que también es cantante y compositor independiente) lograron describir la representación del ideal peronista, de esos hombres de acción que se formaron al calor de las máquinas, pero también de las ideas; que conocieron de alegrías y orgullos, pero también las traiciones y las batallas perdidas. Como dice el prefacio de la obra, “la historia depara a quienes persiguen la revolución. Eso es ser peronista, toda una vida peleándola”.
A fines de agosto, estuvieron juntos presentando la obra en la provincia (en la sede de la Biblioteca Popular Sur de Rawson) y también, recorrieron el paraje de La Gran China, el pueblo natal de su abuelo y ancestros, ubicado en Jáchal.
Después de una ardua y extensa búsqueda por descubrir su identidad, rearmar el pasado no escrito y dialogar con la historia, Damián trata de encontrar respuestas de esos fragmentos de memorias y olvidos.
– ¿Qué vínculo de unidad existió entre tu abuelo y Evita?
-Evita era la líder espiritual, la conductora política que movilizó, que le dio sustento al movimiento obrero organizado. Espejo, fue el ejecutor de todo eso. El hombre de la acción, el que materializó las ideas de Evita. A pesar de no tener grandes títulos, Evita contaba con un gran don de intuición. Y en ese caso, tanto mi abuelo como Evita, eran muy eficaces. Con esa energía, José llevó la representación de los obreros a la Constituyente del ‘49 y salió muy bien. También hay que recordar que, a través de la Fundación Eva Perón, se donan terrenos para construir el edificio de la calle Azopardo para la CGT. En ese momento, el salario de los trabajadores había crecido en un 70%. Se crearon los policlínicos, los hospitales, había 161 proveedurías con alimentos más económicos, créditos para comprar casas, la Ciudad estudiantil, la Ciudad de los niños. Todo eso se fue dando gracias a esa relación entre la CGT (encabezada por José) y Evita. Quizás algunos dicen que Evita era como el puente entre los trabajadores y Perón, pero en sus discursos demuestra que ella se declaraba cegetista.
– ¿Cómo podrías caracterizar la labor de tu abuelo en la reorganización del movimiento obrero?
-Bueno, la representación en ese momento era más directa. Me refiero a que, por ejemplo, como secretario general de la CGT, formaba parte de las reuniones de gabinete del Poder Ejecutivo. Sí te fijás en cada ministerio, había comisiones de la CGT funcionando, incluso hasta en el Ministerio de Economía. Cuando repasás la participación de los trabajadores fabriles, su participación en el Congreso de la Nación, rondaba por el 33% de las bancas y que les pertenecía a los obreros y sindicalistas. Hasta se creó la figura del agregado obrero en las embajadas y en cancillería. Esto está basado en la experiencia que se vivió en México. Y en Argentina, esa idea cobró más fuerza. Siendo obrero, tenías un cargo diplomático de peso y era importante. Lamentablemente, eso molesta y esa figura hoy no existe. La CGT de hoy no tiene ese protagonismo histórico de aquella vez, donde la representación y la participación era muy activa en la vida política de los argentinos.
-Al participar tu abuelo en la redacción de la Constitución de 1949, ¿qué aporte te pareció destacable en ese rol histórico?
– Para mi abuelo defender los derechos del trabajador era la lucha de su vida. Me genera mucho orgullo que lo dio todo para darle un mejor destino al país y que gracias a eso hoy todavía no es tan fácil destruir. Quizás la sociedad avanza 10 pasos y retrocede unos cuatro. Pero qué hubiera sido de nosotros sin el peronismo. No existía el aguinaldo, las vacaciones pagas, la cobertura en asistencia social o salud. Y no solo se encargó de mejorarle la vida a los más humildes, sino que estableció bases que le permitieron a cualquier argentino un ascenso social. Hay gente que me dice: “con lo que gano a mí me alcanza, estoy bien» y le respondo: «Claro, pero vos podrías estar mejor».
– ¿Qué factores llevaron a tu abuelo, con el respaldo de Evita, a la compra de armas para defender al gobierno? ¿Intuían lo que podría venir después del intento de golpe de Benjamín Menéndez?
-Estuvieron muy activos en ese sentido. Ellos entendían que había que defender el proceso revolucionario creando milicias obreras. Y sí, sabían lo que podía venir en poco tiempo. Él, al saber lo que sucedió en la Revolución Mexicana, la primera medida que tomó fue reorganizar la CGT y encuadrarla en una sola central, que sea monolítica y con un poder más concentrado. Él lo decía en muchos de sus discursos: «Vamos a fortificar esto porque en el día de mañana vamos a tener que pelear”. Con el intento de asesinato a Perón y el golpe fallido de Menéndez, Evita toma la decisión de comprar las armas a Holanda. Y tenía claro que había que prepararse. Pero es sabido que toda esa operación fue desactivada, sin embargo, vino el bombardeo a Plaza de Mayo, en junio de 1955. Incluso dentro de las propias filas de la CGT estaban ya un poco cansados de tantos alcahuetes, tibios y aduladores que estaban alrededor de Perón. Y la historia demostró que, al caer Perón, varios dirigentes miraron para otro lado y no accionaron.
– Y después terminaron negociando con Lonardi y concedieron ciertas reformas.
-De hecho, se vio en la renuncia de mi abuelo en octubre del 52, después de fallecida Evita, tiene que ver un poco con esto. A Perón no le gustó lo de las milicias obreras, eso está un poco más detallado con el relato que hizo Dardo Cabo y figura en el libro. De todas formas, con la proscripción y la dictadura, todos fueron perseguidos por igual. Mi abuelo contaba que había 150 mil trabajadores detenidos, porque “La libertadora” buscó a peronistas y a todos los trabajadores que osaban levantar la nariz y oponerse. Que el obrero discuta mano a mano con la patronal por su salario, no fue bien visto para las clases dominantes, porque, aunque solo apenas podían ceder un 2% de su poder, no les gustaba que los que estaban más abajo pudieran tener un poquito más. Creo que había que profundizar más ese aspecto de las milicias obreras, y estudiar que también, hubo una notable participación femenina en la defensa del gobierno por aquellos años, como la labor de las enfermeras de la fundación o las empleadas domésticas que se preparaban para hacer inteligencia. Evita les decía: «Ellos van a pensar que vos sos una negrita cualquiera, pero vos estás trabajando para el general y para los trabajadores”.
– ¿Por qué la historia oficial lo olvidó?
– Lo que sucedió después de la fuga de Río Gallegos y cuando volvió de Chile, lo que hizo lo define todo. En el juicio en Chile por la extradición, se consideró su condición de perseguido político. Incluso, hizo columnas de opinión en diarios chilenos donde empezaba a apoyar a que voten por Frondizi. Pero al regresar a Argentina, él acepta las condiciones que le imponen. No puede formar parte de un sindicato y no puede tener actividad política. Al llegar al país, lo intercepta la Policía Federal y lo torturan 13 agentes con picana eléctrica. Le roban todo lo que tenía y la plata que había recaudado porque estaba conduciendo taxis. Lo que buscabala la policía eran cartas o mensajes de Perón y antes que le descubrieran, se traga la carta que tenía. Después sale y se pone a repartir galletas y vino y en cada trabajo que conseguía, lo perdía porque descubrían quien era. Entonces comenzó a ocultarse y no decir quién era realmente. Porque le traía muchos problemas. Hubo muchos secretos que él se llevó a la tumba.
– Cuando volviste a Jáchal ¿qué encontraste en esa casa donde se crió tu abuelo?
– Al llegar a Gran China, fue un sentimiento fuerte, traté de asimilar y procesar mucho. Mi abuelo quiso salir de su pobreza, de mejorar su vida, de tener los libros como herramientas para superar su condición, ayudar a su mamá. Reencontrarme con esos recuerdos y ese lugar, fue algo conmovedor. Me ayudó a entender varias cosas de su vida y también de mis raíces. Me sentí como en mi propia casa. Después que dio tanto por una causa nacional, no se quedó nada para él. También sentí algo de injusticia que en su casa no haya algún monolito o una inscripción. No sé si es por la reacción de los vecinos o qué otra razón será. No lo culpo. Creo que hay un gran desconocimiento de nuestro pasado. Pero un chico de Jáchal se me acercó con un proyecto para hacer una escuela de formación política con el nombre de mi abuelo. Eso ya me llenó de satisfacción. Creo que me ayudó a cerrar una etapa y no sé si una herida si el pueblo de Gran China que no haya querido que su calle principal tenga el nombre de mi abuelo como homenaje. Pero con la biografía ya es un gran paso.
– ¿Con el libro ya circulando, seguís en la búsqueda de más historias que no pudieron entrar en estas páginas? ¿La obra está todavía abierta?
– Mi abuela me pasó muchas anécdotas de cómo, por ejemplo, mi abuelo reaccionaba cuando alguien quería ofrecerle plata y lo rechazaba. De hecho, me quedaron muchas cosas por contar sobre él y su vínculo con Evita, sobre el sindicalismo. Hay muchos temas que me generan entusiasmo investigar y derribar ciertas mentiras que a la ligera trataron de desprestigiar a mi abuelo. Incluso cartas de correspondencia con Evita en ciertos temas que fueron importantes. Y todo eso, creo que ayudará a pensar en una reconstrucción del peronismo a través de estas figuras como lo fue mi abuelo, como lo fue Ramón Carrillo. Del pasado quedan muchas cosas más por descubrir y me gustaría que este conocimiento llegue a las nuevas generaciones que no han vivido lo que fue el peronismo. Acá estamos los nietos de los peronistas trayendo un poco de luz al presente ante aquellos que quieren destruir nuestra historia. Tenemos que despertar, porque si se lo tiene al pueblo dominado, sin memoria, sin historia, sin representación y sin propósito, como anestesiado por las noticias y soportar que diga el presidente Milei, que la justicia social es una aberración, es necesaria una lucha que debe darse desde todos los lugares. La historia otorga buenos argumentos para refutar esta afrenta.
– ¿Qué lección te dio toda esta experiencia?
– Que después que mi abuelo lo diera todo por una causa nacional, que no se quedó nada para él y que el mismo pueblo de donde salió, no lo reconozca lo que se merece, es quizás un poco injusto, pero primero hay que entender que su obra no era muy conocida. No culpo a la gente en realidad por esto, pero con el tiempo se irá acomodando, hay miles de historias de peronistas como ésta. Y el ejemplo que me dejó, fue no abandonar los ideales. Eso me tocó muy fuerte.
El legado
Los relatos, la documentación y las historias de vida que rescataron Ferraris y Brienza, retratan la figura de Espejo y revindican esa fuerza de voluntad que tuvo para superarse, formarse y adaptarse a circunstancias hostiles. Si hay algo que puede destacarse, es la firmeza de sus convicciones a través de sus actos, sus discursos y sus decisiones. Su afán de “educar al soberano”, que no es ni más ni menos que al trabajador para que supiera y tuviera conciencia de sus derechos conquistados, fue una las banderas a las cuales José nunca renunció. Allí residía esa lealtad que mantuvo hasta el final de sus días. Una lealtad que ni los bombardeos, los fusilamientos, las desapariciones, las torturas, las humillaciones y ni siquiera el ninguneo de historiadores liberales, lograron quebrar.
Todavía quedan varias preguntas e incógnitas. Brienza apuntó que este libro, es solo el comienzo: “su etapa de ascenso en el sindicalismo, durante la década de 1930 hasta 1940, no está del todo muy documentada, todavía falta por investigar y habría que profundizar un poco más sobre cómo fue su relación con Evita”.
Hay también algo más interesante, y lo comentó el historiador: “A pesar de todo lo que sufrió y le hicieron pasar en la cárcel, la falta de trabajo y de reconocimiento, no dejó de mantenerse en su compromiso por la causa y esto me parece un ejemplo para muchos que hoy se dicen dirigentes” (gremiales y políticos -N.deR.).
No solo eso, con sus acciones, Espejo expuso la crueldad que impregnó el antiperonismo (del ’55 al ’73) en la sociedad con sus odios y rencores, que no midió consecuencias, no distinguió nombres, trayectos, verdades, libertades, derechos o garantías. Así lo remarcó el historiador: “Lo que sucedió en la fuga de la cárcel de Río Gallegos, representó la primera victoria del peronismo después del golpe de 1955, ante la dictadura de Aramburu. Lo ejemplar de Espejo fue que, después de estar en lo más alto del poder político y sindical, terminó donde empezó y nunca dejó de ser un hombre de pueblo, sin privilegios, sin honores, sin ningún cargo público. Solo él, tratando de subsistir vendiendo café en la plaza. Eso lo hace un verdadero peronista. Como tantos otros miles de militantes que tuvieron ese mismo destino. Así es la historia del peronismo, historia de sacrificio”, opinó el escritor.
Espejo luchó toda su vida para que el movimiento obrero fuera el protagonista de la historia, con la capacidad de incidir en las decisiones y del destino del país. Esa visión sigue vigente en debates actuales sobre el rol del sindicalismo, sus dirigentes y sus bases: ¿Deben limitarse a lo estrictamente sectorial y el interés gremial o participar activamente en la política?
Por lo tanto, la vida y obra José Espejo, como el rescate de su memoria histórica, representa todo un mensaje para el futuro y una guía para que nuevas generaciones puedan seguir su ejemplo.
¿Quien fue José Espejo?
José Gregorio Espejo, nació el 28 de marzo de 1911 en La Gran China, en Jáchal, San Juan. En su juventud se radicó en Buenos Aires en busca de trabajo. Simpatizante de ideas socialistas, se afilió en 1939 al recién creado Sindicato Obrero de la Industria de la Alimentación, uno de los dos existentes en ese rubro (el otro era la Federación Obrera de la Alimentación, de orientación comunista) y se desempeñó hasta 1945 como vocal de la Comisión Directiva y desde ese año hasta 1947 como Prosecretario de Prensa. En 1942, por su participación en una huelga, debió pasar siete meses preso en el penal de Villa Devoto. Participante de la jornada del 17 de octubre de 1945, adhirió al movimiento peronista junto con su sindicato, cuyo titular, Raúl Costa, integrante del Consejo Directivo de la CGT, impulsó su nombre para que ocupe el cargo de secretario general de la central obrera a fines de 1947, sucediendo a Aurelio Hernández, del gremio de la sanidad. En diciembre de 1948 fue electo convencional constituyente, para la redacción de la Constitución Nacional de 1949, en su texto inculcó los Derechos del Trabajador, que se incorporaron al articulado de la nueva Carta Magna. En 1951, luego de la expropiación del diario La Prensa por ley del Congreso Nacional, el periódico pasó a ser administrado por la CGT a través de la sociedad EPASA (Empresa Periodística Argentina S. A.), de la cual Espejo fue designado presidente de su directorio. En el campo internacional, la CGT propició en 1952 una entidad gremial regional, la Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas (ATLAS), de la cual Espejo fue su primer secretario general. Tras el golpe militar de 1955 fue apresado y recluido en la cárcel de Río Gallegos. Junto a John W. Cooke, Jorge Antonio, Guillermo P. Kelly, Héctor Cámpora y Pedro Gomis protagonizó una histórica fuga de ese penal en marzo de 1957, asilándose en Chile. En el país trasandino y gracias al apoyo de sindicalistas chilenos, se ganó la vida manejando un taxi. Durante los últimos años de su vida se mantuvo alejado de la política, dedicándose al corretaje de productos alimenticios. Murió en 1980.




