Gabriel Videla

La magia está en sus pies

El especialista en antipodismo -un tipo de malabarismo que no usa las manos- integra la compañía Cirque XXI 360º. En plena temporada artística por San Juan, mantuvo una cordial charla con Plataforma GAIA. Rememoró sus orígenes y reveló cómo es su vínculo con esta disciplina tradicional.

Fogón

(Fotos: Romina Maina)

Por Romina Maina I 01-04-23

El antipodismo es básicamente un tipo de malabares que usa los pies -en lugar de las manos- para manipular, mover o girar uno o varios objetos en el aire. Para esto, es necesario que la persona que lo ejecuta se recueste de espaldas sobre el suelo o en una base que le sirve de soporte para elevar sus piernas hacia arriba. Quien conoce bien de qué se trata esta práctica es Gabriel Videla, un joven artista de 31 años, que por estos días está presentando su número en San Juan (con funciones de jueves a domingo) en la carpa de Cirque XXI 360º, instalada en el Paseo Libertad.

Si bien el antipodismo es una disciplina muy tradicional, cuyos orígenes se remontan (como muchas otras artes circenses) a la antigüedad, cada artista le imprime su propia impronta, perfecciona la técnica e incorpora variantes novedosas para mantener el efecto sorpresa en la propuesta escénica. En esa búsqueda, hay también desafíos personales para lograr trucos de mayor complejidad y atractivo visual.

Para Gabriel, quien tiene una vasta experiencia de más de 15 años en esta práctica, uno de los retos personales más importantes que tuvo hasta el momento fue lograr el dominio de dos cilindros coordinando el movimiento de ambos: “Me pongo uno en cada pierna haciendo equilibrio y los hago girar al mismo tiempo. Quería hacerlo, me llevó tiempo, alrededor de un año, hasta que lo logré”, recuerda el joven minutos antes de subir al escenario.

Su rutina la hace sobre un caballete y para los trucos coloca en sus pies distintos elementos: desde una carta (de 1 mts x 0.60 cm), o un cubo que está pintado como un dado y un trébol (todos fabricados en madera delgada y liviana), hasta un cilindro de aproximadamente un metro de largo que tiene fuego en sus dos puntas. Esta última prueba, es la de mayor riesgo en su número y la que provoca también la mirada atenta de los espectadores. Aunque también resulta de gran atractivo la plataforma giratoria del escenario que se mueve al mismo tiempo que él mantiene con sus pies los objetos en el aire.

Un arte con los pies en alto. Aunque, pueda tener variantes, el antipodismo exige tener las piernas hacia arriba para girar, mantener en equilibrio o mover los objetos en el aire.

 

Para esto la preparación física es fundamental. No sólo porque es un espectáculo que requiere mucha destreza, coordinación y agilidad, sino que el mismo ritmo de trabajo a veces resulta exigente: “Puede haber dos, tres, cuatro y hasta cinco funciones en el día de la mañana a la noche y uno tiene que rendir y para eso hay que seguir manteniéndose bien físicamente. Y cuando uno hace su número tiene que salir bien entonces hay que estar preparado”, agrega.

¿Cuál es el secreto para dominar los objetos?: “Todo, absolutamente todo es práctica. Ensayar, ser constante y perseverar”, asegura. Por supuesto, que también ayuda mucho la experiencia y formación adquirida desde muy pequeño en contacto permanente con la vida del circo y sus artistas. Eso hace, que los movimientos salgan ‘naturalmente’, como si fueran parte de su ADN: “Al nacer en el circo uno de chico empieza a aprender la base de los trucos y eso ya es parte de uno. De la misma manera que una persona se sube a una bicicleta y no le cuesta andar, pasa lo mismo con esto”.

Hoy, busca llevar su actuación a un nivel superior de dificultad. Y para esto tiene en mente un nuevo objetivo: coordinar tres elementos distintos en movimiento y de manera simultánea, utilizando para ello tanto manos como pies: “El truco consiste en girar la carta en un pie, en el otro un arito y con las manos que tengo libres poder hacer malabares. Ese es un número que tengo en proceso”, explica.

De esta manera, el joven mantiene también viva una tradición que tiene muchos años, pero que, sin embargo, ahora se está perdiendo porque entiende que el tamaño de los objetos que se utiliza para desarrollarla, dificulta muchas veces el traslado y limita el campo de acción de los artistas que lo llevan adelante. Teniendo en cuenta que, los circos como compañía, deben trasladarse y cubrir extensos territorios. Recorrer kilómetros de punta a punta por el país, no es sencillo y mucho menos realizarlo en el menor tiempo posible: “No hay muchos que lo hacen. Mas que nada porque también los artistas hoy buscan que sea practico. Un malabarita agarra un bolso y le entran todos su aparatos ahí adentro. En otro bolso guarda su vestuario y puede ir a trabajar a cualquier lado. Yo no, porque tengo muchos aparatos y de gran tamaño. Calculo que es por eso que se está perdiendo esta disciplina. Te llaman de cualquier otro lugar o incluso de otro país y tenés que ser práctico”.

 

Siempre viajar, siempre cambiar. Gabriel Videla, viene de una familia de tradición circense. Estar en movimiento permanente, conocer otras ciudades y aventurarse a la ruta hacia nuevos destinos para llevar su arte a diferentes lugares es una de las cosas que más disfruta.

De cuna de artistas

Gabriel es cuarta generación de familia circense. Nació en Lanús (Buenos Aires) y a los 15 años tuvo su debut como artista. Trabajó primero en el pequeño circo familiar que tenían sus padres y desde hace 7 años, es parte de la familia de Cirque XXI 360º.

Al evocar su infancia, no sólo rememora sus primeros pasos en el antipodismo, sino también la manera en que la vida itinerante marcó su vida: “Yo nací en el circo. Toda mi familia es de circo. Mi bisabuelo, mi abuelo, mi papá, ahora yo y estoy por tener un hijo que también será de circo. No conozco otra vida que no sea ésta. Nací en Lanús que es la ciudad en la que estábamos y después ya uno empieza a ir a la escuela de lugar en lugar. Vas 15 o 20 días a la escuela en una ciudad y después en otra ciudad. Y cuando uno ya tiene 7 u 8 años empiezan a enseñarte pequeñas cositas del circo”.

La vida nómade para él es normal. Tanto es así que cuenta que luego de algunas semanas de gira en una ciudad, la ansiedad de tomar la ruta hacia un nuevo destino se empieza a hacer sentir en el cuerpo: “Uno ya nació con ese chip incorporado de decir cada un mes o quince días tenemos que estar viajando”, señala.

El circo le abrió las puertas para conocer toda la Argentina y aunque de afuera podría parecer difícil para muchos vivir una vida itinerante, esa es una de las cosas que le da más placer. “Particularmente es lo que más me gusta y lo que más resalto de esta vida. Nosotros estuvimos dos meses y medio en Bariloche por ejemplo. Hacemos temporada de verano o invierno en puntos clave. Me siento afortunado de poder vivir eso” y «que te reconozca la gente porque ve tu imagen en los volantes, en los carteles, en el frente del circo y que te salude y felicite si vio el espectáculo, eso es un plus» comenta agradecido.

Ya sea a través de aplausos, de reacciones de asombro e incluso la atención plena ante la dificultad de una prueba, son todos elementos que conjugan para generar un ambiente propicio para el disfrute tanto de él mismo que está ejecutando el número arriba del escenario como para los espectadores que observan cada una de sus pruebas: “Ver tanta gente, que aplaude, que responden cuando pido palmas, más la música, todo te va llevando a un estado de adrenalina”, cuenta el malabarista sobre las sensaciones que le genera cada presentación.

Mientras vive con ilusión la partida hacia un nuevo destino, aprovecha al máximo el encuentro con los espectadores de cada función durante su estadía en la provincia, porque sabe que es parte de esa experiencia en la que público y artistas se predisponen al disfrute, al asombro, a conectarse con las sensaciones del momento y a dejar vía libre a la imaginación. Porque al interior de la carpa ocurre siempre algo misterioso que fascina a grandes y a chicos, de ayer y también de hoy. Por suerte, como dice la canción había (y seguirá habiendo) un circo que alegra siempre el corazón, pleno de alegría y emoción.

 

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