Reflexiones con Chango Spasiuk

“Es importante mirarnos de nuevo y pensar quiénes somos”

El acordeonista misionero dialogó con Plataforma GAIA, compartió su mirada sobre la diversidad cultural y habló de cómo está conformado su universo sonoro. Un ferviente cultor del chamamé, pero también, de numerosas tradiciones y estéticas de otros territorios de las cuáles se nutre en cada gira que recorre.

Es bien sabido que en la comunicación y, sobre todo, en lo que dicta la lógica interna de la agenda informativa de un medio, la rápida respuesta a los hechos es lo que prima, la regla que estipula que las noticias deben causar impacto, notoriedad y mucho mejor todavía, si se logra contar con anticipación que el propio hecho en cuestión, ocurra.

Pero a veces, también resulta necesario ponerse al costado de la ruta de la vorágine informativa diaria, para reflexionar de aquellas cosas que permiten rescatar cierta humanidad perdida y estropeada en la lucha cotidiana por vivir o sobrevivir en un mundo herido por guerras, catástrofes ambientales, hambrunas y pestes. Son instancias donde puede intervenir cualquier arte. En especial, la música, que al ejecutarla e interpretarla, habilita la posibilidad de mirar(se) y comprender que la cultura moviliza, transforma y nutre a toda una sociedad de valores, historia, tradiciones, costumbres y sentidos.

Esta pausa para que la sociedad sepa qué suelo está pisando, se efectiviza cuando se escuchan los sonidos (sean de lamento o de alegría) que provienen de un acordeón…

«Algunas personas se quedan y otras se van Y algunas personas creen / Algunas personas son débiles y otras son fuertes / algunos no pertenecen / Algunos intentan dejar un rastro en una frase innecesaria de una canción / Algunas personas ganan / otros los pierden… Algunas personas luchan todos los días de su vida / Y todavía tengo el blues”, estas estrofas escritas por Steinar Ranknes, pertecen al tema ‘Fokls & People’, de Hielo Azul Tierra Roja, el álbum en el cual el guitarrista noruego Per Einar Watle y el misionero Chango Spasiuk, pasaron las fronteras y acortaron las distancias para compartir un mismo universo sonoro, en donde fluyan los sonidos naturales del chamamé.

Escuchar este tema y el resto de los tracks del álbum, deja expuesto cómo la música del chamamé une a los pueblos en un mundo donde los límites culturales no existen. (¿Quién podría imaginarse que músicos noruegos compongan e interpreten obras folklóricas de chamamé?) Precisamente, la canción en cuestión contiene el extracto del poema ‘El Mundo’ de Eduardo Galeano. Y representa a la vez, un estandarte que alza el acordeonista nacido en Apóstoles, cada vez que recorre kilómetros a la hora transmitir su mensaje.

Tal como lo hizo hace pocos días al llegar a San Juan y haber brindado un recital en el Auditorio Juan Victoria. Plataforma GAIA aprovechó el paso de Spasiuk con toda su banda por tierras cuyanas, donde desplegó buena parte de su extenso repertorio. Pero lo importante fue poder reflexionar con él, la fuerza aglutinadora que tiene la cultura en la diversidad de expresiones que existen en la región y que, en buena parte, define el ‘quiénes somos’ o el ADN de un pueblo, en múltiples aspectos.

Son ideas y pensamientos que viene sosteniendo a lo largo de toda su carrera y que, en cierta medida, se canalizan a través de ese preciado instrumento que lleva a todas partes: el acordeón verdulera.

La verdulera amiga

Cuentan los relatos y las crónicas históricas, que fue traído desde diferentes pueblos europeos que emigraron al país. Por su simpleza y su facilidad de transportarla, se hicieron muy populares en las ferias y festivales, donde para vender las verduras, los comerciantes tomaban el acordeón y con la música atraían a sus compradores. Así fue como se bautizó el instrumento con ese nombre que, para sus practicantes que descendían de aquellas corrientes inmigratorias, tenía mucho valor sentimental, puesto que, al tocar, producían notas que se asociaban al recuerdo y nostalgia de sus antepasados.  Spasiuk conoce de primera mano, los sonidos que esconde el acordeón y cuál es la clave que lo vuelve especial: “tiene una conexión ancestral, porque es un instrumento que unió muchos pueblos. La verdulera es el primero que se fabricó y se popularizó en Alemania, en el País Vasco, en Italia, en Irlanda, favoreciendo el desarrollo de muchas melodías tradicionales, hasta que llegó a Sudamérica, produciendo el inicio estético en la construcción de lo que hoy conocemos como chamamé”, contó el acordeonista.

Al igual que con el violín, la verdulera fue viajando por cada rincón del litoral, del norte hasta llegar a provincia de Buenos Aires. En cada lugar donde se hizo escuchar, fue manteniendo una tradición musical en diferentes contextos, en el patio de la casa, en la manera de transmitirse oralmente de padres a hijos y que, para Spasiuk, esa tradición no se ha perdido en el tiempo. Tanto en los agricultores como en los trabajadores de zonas urbanas, el chamamé fue haciéndose carne en la realidad cotidiana.

Dentro de este acordeón, están todos los sonidos de cada intérprete, de cada compositor y eso es lo que hacemos todos los días, encontrar el sonido propio. Por eso el chamamé es una tradición con infinitos rostros.

Sin embargo, “chamamé hay uno solo”, contó Chango con conocimiento de causa. “Lo que pasa es tiene un universo sonoro muy amplio. En una oportunidad le hice una entrevista al maestro pianista Antonio de Raco, que me explicó cómo les dice a sus alumnos, que adentro de su piano de cola, se guardan los sonidos de todos los pianistas del mundo. Y les dice que ellos que deben encontrar el suyo. Entonces comprendí que, en el chamamé, ocurre algo parecido. Dentro de este acordeón, están todos los sonidos de cada intérprete, de cada compositor y eso es lo que hacemos todos los días, encontrar el sonido propio. Por eso el chamamé es una tradición con infinitos rostros”.

En este sentido, el músico contempla que existen dentro del género, algunas más bailables que otras, más tradicionales o más complejas, instrumentales o cantadas, melodías más contemporáneas o más rurales. Y que todas esas expresiones “varían de acuerdo a los músicos y a las vivencias de cada uno. No es lo mismo nacer en Chaco, en Corrientes, en Misiones o en Buenos Aires. Además, hay que sumar las influencias y enseñanzas del maestro que te enseñe y todo eso ayuda a imprimir la construcción estética del mundo sonoro propio”, explicó.

La musicalidad y el mestizaje

De lo expuesto anteriormente, fue inevitable preguntarle ¿Cómo es el mundo sonoro de Spasiuk? Y el músico lo ejemplificó sencillamente partiendo desde su origen, en la tierra donde se crió y creció: “Vengo de un lugar donde hay un rango de menos de cien kilómetros, se encuentra de un lado el sur de Brasil, del otro, el Río Uruguay; en la otra dirección el Río Paraná y enfrente Paraguay. Me encuentro en un territorio marcado por la mezcla de criollos, de mestizos, de pueblos originarios, de afros, de inmigrantes. Toda esa diversidad de historias, de sonidos y colores, de los lazos de mis padres ucranianos, fue nutriendo mi música, sin que yo me dé cuenta de eso y aunque yo no lo quiera, siempre está presente”.

Esa misma diversidad de tradiciones y orígenes, es el rasgo propio que configura la cultura argentina, constituida en una trama de interrelaciones, de saberes, memorias, costumbres e idiosincrasias. Bajo esta perspectiva, Spasiuk propone reflexionar y observar, prestar más atención al entorno que rodea a uno como individuo en sociedad: “estamos hechos de fragmentos de una historia que nos atraviesa. Comprender esto es fundamental y lo que dificulta entenderlo es por la ignorancia y por el desconocimiento. La cultura nos mantiene a través de varios puntos de contacto que nos unen y simplemente, hay que aprender a buscarlos y encontrar dónde están”.

 

Como artistas, tenemos la responsabilidad de ver aquello que nos integra. Estamos en un país muy grande y muy diverso. Desde el noroeste hasta el sur, el centro, el noreste y el oeste, el puerto y la selva, la cordillera y la llanura. Son muchas regiones que hablan de nosotros…

 

Y agregó: “Se trata de que nazca en nosotros un interés por investigar, por profundizar, por preocuparse. Como artistas, tenemos la responsabilidad de ver aquello que nos integra. Estamos en un país muy grande y muy diverso. Desde el noroeste hasta el sur, el centro, el noreste y el oeste, el puerto y la selva, la cordillera y la llanura. Son muchas regiones que hablan de nosotros, que somos una gran comunidad, y nos damos cuenta de ello gracias a que existen los espacios culturales y artísticos. Son lugares que invita a interpelarnos y a reflexionar sobre estas cuestiones. Por eso pienso que el arte es mucho más que un entretenimiento, es para pensar colectivamente. Que nos permite dar y barajar de nuevo y construir la sociedad que tenemos”, manifestó el músico misionero.

Esta conciencia activa sobre la identidad cultural, la viene desarrollando como ejercicio permanente desde chico, pero que fue expandiéndose más con la experiencia televisiva Pequeños Universos, el ciclo documental para Canal Encuentro y TV Pública, que constó de 70 programas y 80 viajes de trabajo de campo e investigación entre Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil en seis temporadas. Dicho programa fue ganador de dos Premios Martin Fierro.

Lo saberes y vivencias acumuladas tras esos viajes, alimentó y enriqueció no solo a él como artista, también, a aquellos pueblos y barrios a los que ha visitado.

Música para la humanidad

El chamamé se originó a partir de esa fusión de la cultura guaraní con la jesuita, pero evolucionó hacia formas que van más allá de la música y la danza, es también el sentir de la naturaleza del litoral, de las historias, las artesanías y la gastronomía de la región. Con valores hacia el amor por el paisaje, por la alegría del encuentro popular, pero también por el destierro, y actualmente hay temas que el chamamé expresa en torno al cambio climático o a la violencia de género.

Con referentes históricos como Mario del Tránsito Cocomarola, Ramona Galarza, Isaco Abitbol, Teresa Parodi, Salvador Miqueri, las Hermanas Vera, Antonio Tarragó Ros, Ramón Ayala, Ofelia Leiva, el Trío de Oro, Marily Morales Segovia, Nini Flores y Raúl Barboza, entre muchos otros, fueron cimentando un extenso legado cultural que se ramifica por el país y de manera impensada trascendió toda geografía.

A tal punto que, en 2020, fue declarado por UNESCO, patrimonio cultural de la humanidad. Este reconocimiento es a la vez, un punto de partida también. “Que sea reconocido es una invitación a rever no solo al chamamé, sino también a nuestra propia historia. Durante mucho tiempo hemos sido educados en mostrar al mundo algunas cosas propias, pero también a desconocer muchas otras. Hace 50 años atrás cuando preguntaban en el mundo sobre la cultura argentina, el chamamé quedaba escondido. Por eso es importante mirarnos de nuevo y pensar quienes somos para poner en la mesa todos los elementos que han sido negados, las resignifiquemos y conozcamos en profundidad”, expresó y aclaró que a pesar que existen ciertos clichés, hay que intentar correrse un poco de ese lugar para tener una mirada más amplia: “al chamamé, por lo general se lo considera como música alegre, pero no se advierte que en su esencia, converge lo barroco, lo jesuita, lo originario, lo mestizo, lo fronterizo, lo criollo y lo anglo. Todo eso hace que la música sea rica en historia y complejidad”.

 

Los espacios y las instituciones culturales son los lugares que nos ayudan a replantear lo que nos pasa. Creo que hay que dejar de ver tanta tele cómodamente y mirar más arte en vivo, estar más en contacto con la pintura, con la música, con la poesía, con el cine, con el teatro de manera social.

No obstante, admitió que romper con la negación de la propia historia, no es sencillo. Es un ejercicio cultural que no hay que dejar de practicar: “los espacios y las instituciones culturales son los lugares que nos ayudan a replantear lo que nos pasa. Creo que hay que dejar de ver tanta tele cómodamente y mirar más arte en vivo, estar más en contacto con la pintura, con la música, con la poesía, con el cine, con el teatro de manera social. Atahualpa Yupanqui decía que cuando iba a un recital: ‘vengo a escucharme en tu voz’, es como mirarse en un espejo y reflexionar sobre de qué está hecho. Esto es vivir en comunidad y es fundamental ahora en este momento del mundo, en donde se vive muy disperso. No hay que perder nuestro propósito como sociedad, de pensar qué calidad de vida queremos”.

Y profundizó al respecto: “La calidad de vida ciudadana es poder sentarme a ver una obra de teatro o escuchar una orquesta sinfónica en el auditorio o en el teatro como el que tienen ustedes los sanjuaninos. No es calidad de vida poseer un televisor de 300 pulgadas, se trata conocer que existen muchas otras expresiones estéticas. Y quiero que suceda no solo en grandes ciudades, también en aquellos pueblos más pequeños”. Escuchar un pianista un Mozart o un Bach, un Ginastera o un Guastavino, un Ariel Ramírez o un Piazzolla, no requiere de grandes presupuestos. Y la cultura, como sostiene Spasiuk, es algo vivo que no dejará de crecer y desarrollarse, sin embargo, como artista, como artesano de la música, no se ejerce en soledad, sino que se construye entre todos los actores de la sociedad.

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