Opinión
Del decorado a la trinchera
Por Sonia Parisí

Según el diccionario el arte (del latín ars) es el concepto que engloba todas las creaciones realizadas por el ser humano para expresar una visión sensible acerca del mundo, ya sea real o imaginario.
Es decir que a través de una batería de recursos provenientes de distintos lenguajes, el arte permite expresar ideas, sentimientos, sensaciones y percepciones. Crear supone la necesidad de expresar, pero la expresión como necesidad asume en primer lugar un sujeto afectado, es decir un ser vivo que responde desde su subjetividad a los efectos del medio, que “se hace cargo” o que gestiona sus emociones.
En la fase de la creación o producción de la obra artística hay diferentes motivaciones para el creador. Está quien dominado por una necesidad de expresión interior o inspiración personal deja plasmado en un lienzo, o en una partitura, lo que tiene frente a sí, o lo que habita su imaginación. Pero también está el que con el fin de denunciar socialmente un hecho atroz crea imágenes que ayudarán a perpetuar en el tiempo la magnitud de la tragedia acaecida, obligando a reconocerla así a las generaciones futuras.
El “Guernica” de Pablo Picasso es un ejemplo elocuente. Pintado en París entre mayo y junio de 1937, remite al bombardeo de Guernica ocurrido el 26 de abril de dicho año. La pintura fue un encargo del Gobierno de la Segunda República para ser expuesto en el pabellón español durante la Exposición Internacional de 1937 en París, en pleno contexto de la Guerra Civil española. Picasso no fue condicionado respecto al tema, motivo por el cual la interpretación de esta pintura no fue inmediata pero con el tiempo se convirtió en un ícono de los movimientos pacifistas de todo el mundo. En “Guernica” Picasso recurre al uso de una paleta reducida de máximo contraste y un estilo de fragmentación cubista, expresando dramatismo, inhumanidad, desintegración, sentimientos que asociamos con las escenas de guerra.

Guernica (1937), Pablo Picasso
El arte como función catártica se hace evidente. Sólo que en la Grecia antigua se creía que mediante la contemplación de una situación trágica podían sublimarse las emociones; hoy en cambio entendemos la proyección del yo más que como un acto de “purificación”, como un acto de resistencia.
Desde la antigua Grecia hasta la actualidad las obras de arte nos han transformado. Nos han convertido paulatinamente -y a lo largo de los siglos- de espectadores pasivos a sujetos comprometidos, partícipes necesarios de la obra que antes sólo podíamos contemplar. El arte se ha trasladado del museo a la calle, del decorado a la trinchera, está presente en las escuelas, en los edificios públicos, en los lugares de culto o meditación, en parques y paseos. También, con escalas de valoración diversa en la pléyade de centros vecinales y asociaciones ciudadanas que comparten el gusto por la apreciación de la belleza y la creación estética o conceptual. Forman parte de nuestra realidad cotidiana. Hay muchísimas formas de relacionarnos con el arte, el alegato y la denuncia social son hoy de las más frecuentes.
Tanto la pandemia que desde fines del 2019 azotó a la humanidad, como la mediatización del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que amenaza con convertirse en la tercera guerra mundial, nos han sumido en un paréntesis o descontexto global. Asistimos a fenómenos de migración en los que forzadamente se han suspendido y reformulado rutinas y lugares. Nos hemos visto obligados a resignificar muchos conceptos, fundamentalmente aquellos vinculados a antiguos paradigmas. Podría decirse que la humanidad suspendida se ha convertido en un gigantesco rompecabezas, como un estallido de imágenes dispuestas a entrar en juego para conformar vínculos inusitados. En este contexto, el acto creativo como acto político, invita a la mirada divergente.
El desafío actual en las creaciones artísticas consiste en incluir, en experimentar y en vincular lecturas diversas. Hacer estallar los antiguos paradigmas de tiempo y espacio en expresión y contemplación simultáneas.
Divergir es sinónimo de diferir y diferir quiere decir no concordar y también emplazar, es decir “abrir el juego”. Generar un espacio-tiempo de indefinición tal que al atravesar ese umbral de sentido, se ejerciten no sólo el pensamiento sino también las emociones, y todo mientras nos permitimos la posibilidad de vincular y plasmar imágenes sobre distintos escenarios.
Probablemente la experimentación -además de ser una forma genuina de investigación- sea también una estrategia “anticolonial” que garantice a nuestra obra originalidad, identidad y sobre todo, libertad.
Si revisamos la genealogía de nuestro quehacer cotidiano, seguramente descubriremos una serie de montajes y desmontajes. En coherencia, creo que el desafío actual en las creaciones artísticas consiste en incluir, en experimentar y en vincular lecturas diversas. Hacer estallar los antiguos paradigmas de tiempo y espacio en expresión y contemplación simultáneas.
La ciudad como palimpsesto
Tanto la imagen que acompaña esta columna como en la anterior (¿Cómo nos relacionamos con el arte?), remiten a la retícula de módulos cuadrados sobre la que se funda nuestra ciudad y por ende, nuestra sociedad. A modo de “Palimpsesto” o de exvoto también, Sonia Parisí superpone digitalmente en capas translúcidas, imágenes de croquis que dibujó de lugares icónicos de nuestra ciudad, con imágenes de la retícula “alterada” de alguna forma, ya sea calándola para dejar pasar la luz o deformándola en planos mórbidos que contengan expresiones más orgánicas.