Opinión
Vender las joyas de la abuela
Por Sonia Parisí
12/06/2024

Últimamente se ha podido observar en el espacio público y como evidente fenómeno social, la creciente y espontánea “aparición” de ferias. Abundan las ferias de “polirrubros” y de “usados” estratégicamente asociadas.
No es posible soslayar que las ferias son el “termómetro de las crisis económicas” ya que la necesidad pone en juego la creatividad y el espíritu de supervivencia. En momentos de carencia, la solución inmediata es salir a vender “algo”.
La oferta variada, múltiple y heterogénea, también nos dice mucho. Habla de una crisis abrupta y repentina, que no ha dado tiempo a organizarse y dividirse en secciones bien diferenciadas, por ejemplo, una oferta exclusiva de artesanías donde no tenga cabida la producción gastronómica o industrial y viceversa.
También puede ser que la estrategia para lograr una venta segura justamente tenga que ver con la oferta “polirrubro”, como en los grandes shoppings o supermercados donde la gente acude a un solo lugar para abastecerse de todo lo que necesita.
Las ferias son el “termómetro de las crisis económicas” ya que la necesidad pone en juego la creatividad y el espíritu de supervivencia.
De este modo, es posible encontrarse -por ejemplo- un puesto que ofrece piezas escultóricas de madera tallada colindando con otro que ofrece queso y salame casero y a la salida de la feria –pero como continuando la misma- quienes exponen productos importados de confección industrial y de menor valía, a modo de “última chance” para que el visitante no se vaya con las manos vacías.
Probablemente se esté reeditando el “salir a vender las joyas de la abuela”. Históricamente, este dicho supone tanto quemar los últimos ahorros como deshacerse del verdugo. Pero sin duda, cualquiera de las dos opciones supone un contexto de guerra o al menos de profunda crisis. Y es que en los momentos de crisis es cuando surgen las ideas revolucionarias personificadas en personajes como “Robin Hood” de Disney, que promovía expropiar a la oligarquía terrateniente para dar al pueblo lo que necesita.
Actual y localmente los puesteros venden sus cosas en mercadillos y redes informales, pero a diferencia de lo que ocurre en países europeos, no buscan deshacerse de algo en desuso -como bienes heredados -o de un regalo que no les gustó o no les sirve. Muchos de ellos están vendiendo sus pertenencias, literalmente “lo que llevan puesto” para llevar un plato a su mesa.
Probablemente se esté reeditando el “salir a vender las joyas de la abuela”.
Quizá por esa necesidad fundamental, la feria tenga eso de “Carpe Diem” (aprovecha el día) que conmueve. De hecho, no inspira lo mismo el puesto de un feriante que la vidriera de un local comercial. Y esto presumo que no tiene que ver solamente con una cuestión de cercanía o apreciación inmediata de los productos ofrecidos, sino con que se supone que el feriante no tiene un establecimiento donde ofrecer regularmente su producción, entonces tiene que hacer rendir y “capitalizar” cada minuto de oportunidad que le brinda una jornada de feria.
En la feria se exponen de igual manera producciones y productores, porque en general quienes atienden, asesoran y venden los productos son sus propios hacedores. Pero también en la feria se exponen talentos e historias de vida.
Creo que esto tiene un plus sustancial. Ya que no es lo mismo –por ejemplo- comprarle una casa a su dueño, que comprarla a un agente inmobiliario. El dueño de la casa cuenta cuándo y cómo la adquirieron, la historia del barrio, la historia de la familia, las “mañas” que la casa tiene y cómo solucionarlas, es decir que el dueño entrega “el mapa energético” de la tierra que habita, valiosa información de la que normalmente carece un dependiente inmobiliario.
Del mismo modo, no es equivalente que venda una pulsera realizada en plata la dependiente de una joyería a que la venda el orfebre autor de la pieza. Y es que yo diría que la mediación le resta carácter, le disminuye autenticidad.
Para los feriantes, la feria significa “poner el cuerpo”.
Para los feriantes, la feria significa “poner el cuerpo”, arriesgarse, pasar toda una jornada de frío o calor en carpas o a la intemperie para probablemente vender poco o nada, con el consuelo de “al menos darse a conocer y promocionar la marca”.
En la Feria se forjan familias, amistades, amores y profundas relaciones. Surgen verdaderas organizaciones de apoyo mutuo. Allí se aprende colectivamente e “In Situ” como en la misma vida. Se transmiten estrategias, costumbres y rituales como el de rebajar los precios el último día porque es “mala suerte” volver con mercadería.
No se puede soslayar que la Feria como único camino para lograr un ingreso económico en muchas familias, permite a su vez un desahogo a los gobernantes en su obligación de generar empleos, ya que de este modo se absorben millones de ingresos al mercado laboral, se reduce tanto la planta de empleados públicos como de receptores de planes sociales y se acrecienta el número de personas que están en la economía informal. Obviamente, esta “solución” para que los números cierren, sólo es posible a costa de los más carenciados, del trabajo precarizado y del descompromiso del Estado.
…esta “solución” para que los números cierren, sólo es posible a costa de los más carenciados, del trabajo precarizado y del descompromiso del Estado.
Lógicamente, como contrapartida surgen asociados los conceptos de Economía Popular, Social y Solidaria. En este contexto la feria es concebida como una iniciativa de circuitos socioeconómicos organizada de manera colectiva, donde pueden incluirse además de los puestos de micro emprendedores, una agenda de charlas formativas y exposiciones artísticas de diálogo intercultural.
José Luis Coraggio, economista con amplia trayectoria académica local e internacional, entrevistado por Mario Cáffaro en “El Litoral” explica la economía social y solidaria como una propuesta de comprensión de la economía pero también de propuestas para la economía.
Dice: “Los ortodoxos tienen la visión de que la economía es la economía de mercado, la monetaria, del dinero; la economía social y solidaria -en cambio- se centra en la sociedad y se pregunta cómo la sociedad integra los procesos de producción, distribución, circulación y consumo de manera de estar cohesionada. La manera como la sociedad resuelva el problema del sustento digno de sus miembros requiere solidaridad más que competencia salvaje que es lo que la economía de mercado propone”…
La diferencia entre el trabajo formal e informal es que el trabajo en blanco otorga derechos. Derechos como obra social y jubilación, licencias por enfermedad, aguinaldo y vacaciones pagas. Son derechos que se han conquistado dando literalmente la vida, motivo por lo cual la sociedad ha evolucionado en el concepto de incluir a través del salario. Y es justamente de estos salarios de los que los trabajadores informales de las ferias, carecen.
Retomando el concepto de feria como “termómetro de crisis” también podría ser tomada como fermento de una economía social y solidaria. Donde la economía popular, la economía cooperativa participe en el mercado sin anularlo y viceversa. En este marco es posible pensar al mercado coexistiendo con el Estado. Un Estado inclusivo que no se comporta de acuerdo al mercado, sino que produce bienes públicos y que asume entre sus deberes, velar por el bien común.