PUAN

Arturo Sierra

Por Gargo I 21/10/2023

☆☆☆☆☆

PUAN es el nombre de la calle en donde está emplazada la sede actual de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y una estación de subte que se encuentra en las inmediaciones (en el barrio de Caballito). Y también, es el título de la película dirigida por María Alché y Benjamín Naishtat; con las interpretaciones de Marcelo Subiotto y Leonardo Sbaraglia en los roles protagónicos. Es una comedia y a la vez -yo así lo prefiero mirar- una poesía sobre la sociedad porteña y diría, además, un tango hecho cine.

Por esta razón, la película (la poesía) fue ganadora de los premios del Festival de Cine de San Sebastián 2023, en las categorías ‘Mejor Guión’ (escrita por los mismos directores) y ‘Mejor Actor’, por la labor de Subiotto, como el profesor Marcelo Pena. Como dato interesante a destacar, es que el film de Alché y Naishtat quedó seleccionado por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, para representar a la Argentina en la categoría de “Mejor película Iberoamericana» en la 38va edición de los premios Goya que se celebrará en febrero del año que viene. El elenco, se completa con Julieta Zylberberg, Alejandra Flechner, Cristina Banegas, Andrea Frigerio, Mara Bestelli, Gaspar Offenhenden y la participación especial de Lali Espósito.

PUAN, trata de un profesor de filosofía llamado Marcelo Pena, quien ha dedicado su vida a la enseñanza de filosofía en la Universidad de Buenos Aires y quien, ante la muerte inesperada de su mentor, el profesor Eduardo Caselli asume que heredará la posición de titular de Cátedra. Lo que no imagina es que Rafael (Leonardo Sbaraglia), un carismático colega que viene con sus títulos académicos desde Europa busca quedarse con el puesto vacante. Los torpes esfuerzos de Marcelo por demostrar que es el mejor candidato desencadenarán un divertido duelo, mientras su vida y su mundo entran en un espiral de caos.

Este debate filosófico, se da en el medio de toda una situación profunda y compleja en la cual la UBA sumida en una crisis económica y política terminal, se dirime también el destino de la comunidad universitaria. El escenario planteado, tiene referencias muy claras con la actualidad, en un contexto (en pleno año electoral) donde se pone nuevamente en discusión la defensa de la educación pública ante discursos que intentan deslegitimarla.

Una nota al margen. Hay que distinguir entre “profesor de filosofía” y “filosofo”, porque los términos suelen confundirse. Aparentan la misma cosa, pero no lo son. Un filósofo es por decirlo en términos simples un escritor que conversa con fantasmas. Un profesor de filosofía es un guía turístico que puede iluminarte al transitar los oscuros callejones en los que estos otros dos -escritor y fantasmas- se han metido. Con el tiempo “el escritor” pasa a ser un fantasma y la filosofía es en todo su apogeo: una charla entre fantasmas.

Cuando en una escena, se expone la clásica discusión en torno a si al “pensamiento latinoamericano” tiene que ser considerado como filosofía, esto se debe a que no hay suficientes fantasmas para entablar un debate acalorado. Es de esta forma retorcida que un profesor de filosofía podría parecer también un filósofo.

Y este es justamente el caso de Marcelo. El protagonista prueba todas las versiones del sofismo (los sofistas son los fundadores de las escuelas, academias, profesores y maestros) y a lo largo del film se transforma, para terminar por desentenderse del trabajo de profesor (sofista) al seguir el camino de su mentor, convirtiéndose así, en un verdadero filósofo. En una escena de proporciones épicas Marcelo sentado en la cabina roja del teleférico de la ciudad de La Paz (Bolivia) es «ascendido a filósofo» mientras de fondo, Charly García canta: Dos cero uno (Transas). Marcelo llega a la cima por la variante opuesta, ha transado tanto, pero tanto, que ya no queda otro camino que el de ser un filósofo.

Una película brillante y profundamente conmovedora. Sin ánimo de ser redundante, la escena siguiente muestra a Marcelo ascendiendo otra vez, esta vez en taxi -marcha atrás- hasta la casa de una profesora de filosofía que ha organizado un encuentro para contar la misma cosa, un cambio de paradigma de una forma no planeada ni prevista. Un profesor de filosofía que termina por convertirse en filósofo. Es una cosa que parece lógica, pero en el fondo no es nada habitual. Para concluir sugiero un vaso con agua para acompañar este film. Le hará falta para desatar ese nudo que queda en la garganta tras verse detenidamente todas las tripas sociales. Y sí, esta película es como verse las tripas».

PD

Hacía por lo menos 11 años que no iba al cine. Lo que sigue a continuación en letra cursiva, es mi experiencia en la sala, pero puede ser obviado por los lectores más duros de mi columna, si así lo prefieren:

Tengo que contarles detalles de situación, de mi trabajo que terminan siendo una cuestión filosófica profunda, esto podría ayudarlos a entender la situación “cine” en la que hago mi práctica. Mi estación de trabajo es divinamente confortable: tres pantallas, una PC y un sillón butaca, reclinable, con rueditas que está tapizado en tela negra, semejante a la usada en los pantalones jeans, gastado y suavizada por los años de uso, que se parece al tacto, a un blando terciopelo. Detener la película para hacerme un café, poder mirar la barra de reproducción para saber exactamente en qué momento de la línea temporal de la película me encuentro, encender un cigarrillo, echarle el humo a la pantalla, y la soledad absoluta hacen de mi “experiencia cine” un vicio.

Pero para poder ver PUAN, debí salir de mi zona de confort. Ya no me gusta asistir a una sala de cine. No me malinterpreten, es hermosa con sus pisos de porcelanato pulidos, sus marquesinas bien iluminadas y las alfombras rojas o negras.  Es la gente, la que ya no me gusta. Es la interacción social de una tos en el fondo; el ruido a pochoclo crujiente; el tener que esperar o andar de apurones para ver la película en tiempo y forma. A esta altura de mi vida me molesta. Yo quiero este nuevo mundo donde la película me espera a mí y no al revés. Ya no quiero bañarme y perfumarme otra vez tras un día de trabajo, salir a la calle otra vez, conducir mi auto, estacionarlo, para tomar un café de $2.000 mientras preparan la sala. Otros $2.000 por la entrada al cine y $2.000 más por el pochoclo. No es que a mí me gusten; pasa que no voy a entrar a la sala en inferioridad de condiciones y sin artillería. Explicaré estas cosas y otras, con más detalles en una serie de tres notas sobre el cine y la inteligencia artificial que serán publicadas en próximas ediciones de este mismo portal.

En fin, me gusta retroceder la película por si no entendí algo que se dijo… o algo que se debía ver y no lo vi… y si tengo sueño o ganas de ir al baño, tener la capacidad de detenerlo todo, hasta poder darle mi máxima atención; creo que el trabajo “cine” lo merece. Siento en el fondo que es un gasto de energía excesivo, la asistencia presencial en la sala, para el que no estoy preparado en lo absoluto; ni física ni económicamente y todo esto; sin ni una pinta de cerveza bien tirada. Quiero enfatizar sobre manera esta frase: ¡Sin ni una pinta de cerveza bien tirada!

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