Opinión

Profetas desterrados

Por Sonia Parisí

27/10/2023

Paredes

Detalle de obra de Doris Cisterna (Chile) inspirada en ‘El Grito’ (Oswaldo Guayasamín)

 

¿Qué es lo que legitima hoy y sostiene la obra de un artista que vive y produce su arte lejos de los grandes mercados y de las vidrieras de las grandes metrópolis? ¿Qué es lo que hace que una obra producida en una provincia del interior argentino pueda no sólo perpetuarse en la historia sino además, ganar mercados en el exterior?

 

Para referirnos a aquello que legitima la obra de un artista, sin lugar a dudas debemos reconocer un cambio sustancial que ha sucedido en el mundo durante los últimos veinte años, no sólo a nivel de los intereses que mueven la mercantilización del arte, sino también por el poder de manipulación de las redes sociales.

No sé si “en el mundo”, pero con seguridad en nuestro país, hasta hace dos décadas aproximadamente, lo que legitimaba la obra de un artista era la calidad de su producción, trayectoria del autor, estudios realizados, premios obtenidos, alcance de su obra, lugares donde ha sido expuesta, cantidad de obra encargada y vendida, capacidad de renovación y permanencia en el interés de un público fidelizado.

Es decir que el reconocimiento era algo así como un título indiscutible. Se amasaba y leudaba y se veía venir durante décadas e inclusive a veces llegaba injusta y tardíamente, de manera póstuma.

Contrariamente, en la actualidad la gloria es descartable. Llega de manera súbita y fugaz.  Muchas producciones no logran sostener su poder de impacto y demanda, decaen y vuelven a caer en el anonimato.

 

En la actualidad la gloria es descartable. Llega de manera súbita y fugaz…

 

A mi humilde entender, han cambiado bastante las cosas y hoy el rol de los medios es decisivo en la visualización, aceptación y legitimación de un “artista”. Como también lo es en la “invisibilización” de aquellos cuya producción o discurso, por algún motivo, conviene ocultar.

Se publican biografías para difundir datos que no son fidedignos. Se otorgan “Doctorados”, títulos y roles que académicamente jamás se obtuvieron pero que tampoco nadie va a chequear o a cuestionar. La realidad virtual se ha impuesto y hoy podría decirse que “el mapa ES el territorio”.

En este contexto, no puedo olvidar las palabras del maestro Justo Barboza, en el marco de un seminario que dictó hace tiempo en San Juan. El maestro Barboza señaló que habían tres puntos sobre los que se apoyaba –o se legitimaba- una obra de arte y ellos eran: la autobiografía, el humor y el montaje.

Lo autobiográfico, porque nadie puede hablar asertivamente de un tema que no le es propio. La autobiografía es el alma de la obra, la columna vertebral que la sostiene y le da fuerza. El humor se refiere al punto de vista desde donde se cuenta una historia y el montaje es la estrategia o trabajo curatorial que mejor expone esa visión o abordaje histórico.

Creo que la verdadera legitimación de la obra de un artista debiera comenzar en casa. Es la comunidad inmediata la que debe proteger a sus artistas…

Ahora este equilibrio tripartito se ha perdido y el poder del simulacro ha barrido con la historia. El trabajo curatorial o de montaje se ha convertido en obra per se. Se podría pensar entonces que lo que antes constituía el engranaje del proceso artístico estaría sufriendo hoy un fenómeno de canibalismo o auto fagocitándose.

Retomando mis conceptos iniciales acerca de la legitimidad en el arte, creo que la verdadera legitimación de la obra de un artista debiera comenzar en casa. Es la comunidad inmediata la que debe, a través de un proceso de identificación, proteger a sus artistas y oficiar de embajadora de ellos en el mundo.

Sin embargo, no es así como aquí sucede y entonces puedo entender y recordar las dolorosas palabras de Domingo Faustino Sarmiento, cuando en Recuerdos de Provincia confiesa: “…pues que en mi vida, tan destituida, tan contrariada y sin embargo tan persistente en un no sé qué elevado y noble, me parece ver retratarse esta pobre América del Sud”

Paradójicamente, admiramos aquello que nos aparece envuelto en un halo de misterio, extraño, extranjero…

Paradójicamente, admiramos aquello que nos aparece envuelto en un halo de misterio, extraño, extranjero, arguyendo lo extraordinario como “original” en desmedro de aquello que podríamos considerar “histórico”. Y en este punto cabe preguntarse ¿Qué es lo que nos hace devaluar lo que es nuestro?

¿Por qué nos sigue sorprendiendo que Maradona –por ejemplo- el “cabecita” que peloteaba en un baldío del barrio llegara a ser campeón mundial? ¿Por qué creemos que un compatriota como Bergoglio no se merece llegar a ser elegido Papa y ostentar ese título con dignidad? ¿Con qué argumentos sostenemos estos prejuicios que no resisten ni el menor análisis? Sin embargo nos empeñamos en ello y enarbolamos orgullosamente el síndrome de Procusto, como si nivelar para abajo se tratara de aplicar justicia.

En mi humilde opinión, nuestra identidad tiene los cimientos corroídos por una “deuda” que se nos aparece en forma de complejo de inferioridad. Y no es casual, ya que la minimización o invisibilización de las culturas originarias ha sido -y sigue siéndolo- una de las estrategias de dominación más efectiva.

Recuerdo de manera especial una de nuestras glorias cinematográficas: “El ciudadano ilustre”, película argentina del género dramático de 2016, dirigida por Mariano Cohn Duprat, escrita por Andrés Duprat y protagonizada por Oscar Martínez. La película se presentó por primera vez en la sección oficial de la 73.ª edición del Festival de Venecia, donde Martinez ganó la Copa Volpi al mejor actor. Fue seleccionada además para representar a Argentina en la categoría de Mejor película internacional de la 89º edición de los Premios Óscar.

 

 

En este filme Oscar Martínez actúa magistralmente el personaje de Daniel Mantovani quien a su vez encarnará, el orgullo pueblerino de tener una figura reconocida mundialmente, ya que de algún modo, hace trascender al pueblo también. El problema se plantea cuando el escritor comienza a develar sus cambios históricos e ideológicos y muestra en lo que la vida lo ha convertido después de vivir tantos años en el exterior. La sorpresa y el creciente rechazo de los pueblerinos, encarnada en Antonio -personaje que actúa Dadi Brieva- se irá develando a medida que sus habitantes, inicialmente fascinados con su visita, vean frustradas sus expectativas de encontrar en el escritor al mismo muchacho que de joven buscó otros rumbos.

Del mismo modo que ha sucedido a tantos artistas en relación con su tierra natal, el orgullo se convertirá en rencor a medida que se va conociendo el contenido crítico de sus obras que retrata con una sinceridad sin adulaciones la vida del pueblo, haciendo patente el viejo dicho de que “nadie es profeta en su tierra”.

Quizá como ya lo aventuraba anteriormente, esto tenga que ver con nuestros orígenes. Una identidad basada en un proceso de colonización -o usurpación ilegítima- que como una especie de deuda kármica nos vuelve, en forma de desvalorización propia.

Para terminar volviendo a mi pregunta inicial sobre ¿Qué es lo que legitima y sostiene hoy la obra de un artista? Debiéramos volver el rostro a su entorno inmediato y a partir de las ideas aquí referidas, confiar en que aún estamos a tiempo de modificar nuestro destino e intervenirlo de manera consciente y estratégica, en la medida de las consecuencias que esperamos.

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