Opinión

Los espacios intermedios y el fin de todos los esfuerzos

Por Damián López

Remedios Varo, tránsito en espiral

«Tránsito en espiral», Remedios Varo (1962)

Supongamos que alguien produce algo. Un dibujo, un cuadro, un conjunto de fotos, un puñado de poemas o cuentos, algunas canciones. Supongamos que lo vuelve a mirar y le conforma: cree que está muy bien, tanto como para mostrarlo a otros, aunque no le queda muy claro cómo. Entonces ¿qué hace?

Lo más común en este tiempo que nos toca sería subirlo a alguna red social, donde probablemente lo mire mucha gente: quienes lo disfruten reaccionarán positivamente, a quienes no les mueva un pelo, pasarán de largo, porque las redes están configuradas más o menos así: halagos o silencio, salvo que haya confianza, las redes no son un espacio de crítica y si la hubiera con dos empujoncitos a la rueda del mouse ya está, ya desapareció.

Pero supongamos que no, que eso no le resulta suficiente. Confía en su obra, asume que muchas otras personas deberían poder disfrutarla también (la falsa positividad de las redes ayuda bastante a ese sentimiento). Entonces va y pregunta, por redes, en ferias, recitales, exposiciones. “¿Cómo se hace?”. No lee el libro, no escucha la música, no mira las obras plásticas: tiene una misión y esa misión poco tiene que ver con el arte que tiene enfrente.

“¿Cómo se hace?”, pregunta esa persona con sana inquietud y ardiente deseo. Pregunta y no entiende el evidente fastidio de periodistas/conductores/curadores/editores/músicos/artistas plásticos: al menos podría googlear ¿no? Tantos años laburando, tantas entrevistas, podcasts, artículos, manifiestos, blogs, diciendo lo que uno hace para tener que repetirlo a cada persona que venga interesada: interesada en vender, nunca en comprar, porque ¿para qué vas a comprar un libro de una editorial que querés que publique tu obra? ¿Para qué vas a participar como espectador de una movida antes de pedir un espacio para mostrar lo tuyo?

Donde hay un vacío, el mercado no se queda quieto: venga por acá, que por una módica suma imprimimos sus sueños, distribuimos sus canciones, exponemos su obra, lo que usted diga, acá está la factura, que pase el que sigue.

Entonces aparecen las respuestas genéricas: que no estamos recibiendo material, que la agenda está completa por los próximos 50 años, que todo se organiza por “curaduría interna”, que la radio no nos deja poner música nueva, una pena, la verdad.

Pero donde hay un vacío, el mercado no se queda quieto: venga por acá, que por una módica suma imprimimos sus sueños, distribuimos sus canciones, exponemos su obra, lo que usted diga, acá está la factura, que pase el que sigue. ¿Y a dónde va a parar tanta “obra construida”? Probablemente al depósito de su creador (cuando es física) o al maravilloso vertedero que llamamos internet. Con suerte, bastará un cercano círculo de amigos y parientes para darle a quien creó (y casi seguro pagó) su esperada cuota de éxito.

Este es un panorama (incompleto, por supuesto). Pareciera que en la actualidad hay pocas alternativas para “sacar obra”.

¿Y a dónde va a parar tanta “obra construida”? Probablemente al depósito de su creador (cuando es física) o al maravilloso vertedero que llamamos internet. Con suerte, bastará un cercano círculo de amigos y parientes para darle a quien creó (y casi seguro pagó) su esperada cuota de éxito.

Los espacios existentes oscilan entre la cerrazón, el “downsizing” y la apuesta a lo seguro. Razones no les faltan: en un marco general de crisis, la situación económica del mercado cultural no puede ser una excepción. Tampoco es la excepción en aquella falacia de que nadie contrata a un trabajador sin experiencia, pero un trabajador no puede adquirir experiencia porque no se lo contrata. En ese sentido, a nadie le queda muy claro cómo se hace para llegar a ser un “artista reconocido” si ninguno de los espacios tradicionales de reconocimiento da mucho lugar a nuevas propuestas, lo cual, a la larga, termina actuando en perjuicio de esos mismos espacios, porque baja los niveles de consumo y genera una imagen negativa en el medio. Dicho en palabras más sencillas: a tal concurso lo ganan siempre los del mismo lugar, entonces la gente de otros lugares deja de presentarse y después la organización de ese concurso dice que cómo va a ganar alguien de otro lado si no se presentan… el cuento del huevo y la gallina.

Las alternativas ya están en movimiento: son muchas y no siempre “positivas”. Porque vivimos en una época de democratización de conocimientos y medios de producción sin precedente, pero mientras los proyectos críticos con identidad propia y apuestas fuertes intentan sobrevivir y multiplicarse, la viveza de las empresas explota el fetiche que tiene cierta gente de soldarse la chapa de “artista” en la frente. Y esa es una línea divisoria, me parece, más fundamental que cualquier otra de base económica o estética: quién quiere “ser” y quién quiere “ser ya”.

Mientras los proyectos críticos con identidad propia y apuestas fuertes intentan sobrevivir y multiplicarse, la viveza de las empresas explota el fetiche que tiene cierta gente de soldarse la chapa de “artista” en la frente. Y esa es una línea divisoria, me parece, más fundamental que cualquier otra de base económica o estética: quién quiere “ser” y quién quiere “ser ya”.

¿Por qué es fundamental? Porque implica tomar conciencia de la multiplicidad de actores involucrados en la construcción/diseminación de un hecho artístico. Y porque implica asignarle un rol a ese otro que está del otro lado: el lector (entiéndase lector en el más amplio sentido: lector de palabras, imágenes, sonidos, movimientos).

Los espacios intermedios, editoriales, galerías, sellos, espacios de crítica, revistas culturales, talleres literarios, clínicas, ciclos, convocatorias abiertas, ocupan un lugar crucial, siempre controvertido, siempre susceptible de cometer errores. Porque en estos espacios se juega la posibilidad de una identidad: mientras el mercado cobra a los productores y promete llegada a espacios de supuesta legitimación, los espacios intermedios apuntan a la construcción de una propuesta que acompañe a su “consumidor”, que no es el que produce la obra artística, sino el que la recepciona. Y en ese sentido, son válidas todas las posibilidades: el DIY que agrupa en una sola persona las tareas de crear, manufacturar, divulgar, distribuir y vender; los espacios hiperparcelados donde se hace una sola cosa con un nivel de obsesión necesario; y cualquier matiz en el medio.

Como siempre, el dios Jano hace su aparición: con una cara puesta en la cultura y la otra puesta en la economía, el rol del lector se vuelve crucial para la construcción, desarrollo y sostenimiento de las industrias culturales.

¿Queremos ganar dinero? Por supuesto
¿Queremos vivir de lo que hacemos? Si fuera posible
¿Queremos juntarla en pala apelando al mainstream? No.
¿Queremos vender lo mismo que vende todo el mundo, surfeando lo efímero del hit? No.
¿Queremos contribuir a un ciclo de consumo que fagocita sus propios recursos, descarta y fabrica “artistas” guiado exclusivamente por criterios de mercadotecnia? No.

Por todo eso que sí y que no queremos, trabajamos en la construcción de un público lector cada vez más crítico, más consciente, más capacitado para elegir, más satisfecho en sus necesidades básicas para poder invertir en el goce cultural, que también es una necesidad básica.

El lector es la clave, ese lector, como diría Serrat, “Que se añora y que se quiere/ que se conoce y se teme”.

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