Opinión
Es cuestión de apostar
Por Daniel Gil

En el comienzo solo existía el cine. Una cámara fija en un punto geográfico generalmente urbano y la gente que pasaba frente a ella. La “realidad” proyectada en una pantalla era la experiencia que se le ofrecía al público y ellos la consumían con gusto cuando se sentaban frente a ella. Pronto se dejaría de lado el registro de lo cotidiano y llegaría la ficción, en un intento de referenciarse a un fenómeno artístico ya conocido: el teatro. Más allá de la aceptación de este nuevo recurso, las imágenes reales, siguieron atrayendo a la gente a las salas. Sin embargo, estos registros primitivos no forman parte todavía de lo que luego se conocerá como cine documental.
Las cosas cambiarían en el año 1922 con el estreno de “Nanook el esquimal”, ópera prima del realizador estadounidense Robert Flaherty, considerada como el primer documental de la historia del cine. Para filmarlo, pasó más de dos años conviviendo con un cazador y pescador, Nanook, (quien no se llamaba Nanook, ni era esquimal) y con su familia, retratando las vivencias de los personajes.
En el documental, Flaherty no refleja la vida de los esquimales tal y como la veía, sino que intentó mostrar cómo imaginaba su modus vivendi antes de ser invadidos por la cultura occidental. Este relato, que en el fondo es una variante del “buen salvaje”, encantaría al público de la época, pero inmediatamente provocó críticas de los expertos, que la rechazaban porque Nanook, el esquimal no presenta una de las características consideradas fundamentales en ese momento, en este género: la neutralidad.
Seria John Grierson hablando del filme de Robert Flaherty “Mohana”, quien le daría nombre al género frecuentado por Flaherty. “Mohana constituye una relación visual de acontecimientos que ocurren en la vida cotidiana de un joven polinesio y tiene, por eso, valor documental»

Fotograma de Nanook, el esquimal, (1922) de Robert Flaherty, obra capital del género documental.
Pronto va a ser el propio Grierson quien va a influenciar notoriamente en el desarrollo del género, creando en EEUU una escuela de cine documental, cuyo principal lema era que todo cine documental debía tener una clara responsabilidad social.
El documental dejó bien claro, desde sus comienzos que sobre todo era cine. Más allá de las temáticas abordadas y los recursos usados para su producción, su salida y consumo en los espacios de la época requerían un sistema de realización igual al de la ficción.
Pronto se desarrolló también otra corriente de documental, con un carácter más de aficionado, producido por entidades no cinematográficas que quedó para circuitos marginales: clubes, parroquias, asociaciones, centros cívicos, sindicatos, cuarteles y colegios.
La evolución en el género, tuvo que ver también en gran parte con los cambios en la tecnología: a finales de la década de 1950 y principios de la de 1960, aparecieron cámaras ligeras con equipos de sonido portátiles y estas tecnologías permitían abordar la realidad de otra manera. La aparición de la televisión implicó una segunda ventana al mundo para los espectadores convirtiéndose en el principal medio de producción y difusión de este formato y la película documental en las salas perdió terreno.
En los noventa, la revolución digital produjo otro importante cambio. Con el abaratamiento, la flexibilidad y la accesibilidad del video, con las tecnologías digitales de grabación y edición, se han multiplicado los proyectos personales, con una fuerte carga de subjetividad (documentales autobiográficos), y esto también ha significado un cambio de paradigma a lo que pedía Grierson sobre la responsabilidad social del género.
En la actualidad, la biografía colectiva, la individual, y las formas de cultura popular, eclosionan en las distintas redes en una hasta antes impensada, multitud de iniciativas, dándole al género documental un impulso fenomenal.
En la actualidad, la biografía colectiva, la individual, y las formas de cultura popular, eclosionan en las distintas redes en una hasta antes impensada, multitud de iniciativas, dándole al género documental un impulso fenomenal.
En general se coincide en que hablar de cine sanjuanino implica tomar como punto de partida el rodaje de “La difunta correa”, largometraje de ficción de Reinaldo Mattar, que significó un hito en la provincia, en la medida en que se propuso competir con el cine porteño, utilizando para tal fin un género que contaba con una gran aceptación para esa época: las películas históricas. Mattar fue antes de sus incursiones en la ficción un prolífico documentalista, comenzando su producción en la década del ’60, con trabajos para la televisión local.
“Mattar tenía una agencia de publicidad llamada ARTV, con la que produjo el noticiero “Actualidades Sanjuaninas” que estuvo al aire durante ocho años (1964-1972) para el canal 8 de San Juan. Estas producciones televisivas se rodaban en 16mm como era habitual en el período, y suponen las primeras experiencias audiovisuales del realizador junto a las publicidades que se emitían constantemente por la pantalla chica. Si bien es difícil reconstruir su filmografía, en la cobertura del estreno de Difunta Correa se menciona que “entre sus documentales figuran Valle de la Luna, 4002, La vida de la vicuña de la Cordillera de los Andes, Campaña presidencial de Nixon y Apolo XI”. (Lanza, P, La obra cinematográfica de Hugo Reynaldo Mattar en San Juan, Caiana, 2021)
Esta raíz cinematográfica del director está presente en sus dos películas de ficción, la mencionada “Difunta Correa” y la menos conocida “Visión de un asesino”, ya que las dos cuentan con un prólogo que podríamos calificar de documental.
El cine de Mattar, también dio pie al surgimiento de creadores reconocidos en el ámbito local que utilizaron el documental como vía de creación: Pepe de la Colina y Mario Bertazzo entre otros tantos.
El audiovisual documental en San Juan hoy no tiene la potencia que el contexto local y su propia historia permite (…) Sin embargo, hay un terreno fértil para su creación.
El audiovisual documental en San Juan hoy no tiene la potencia que el contexto local y su propia historia permite. Varias son las causas y sería imposible enumerarlas todas en este artículo, pero en determinado momento, parece ser que la cadena de los realizadores documentales perdió un eslabón de difícil reparación. No es que no se produzca material audiovisual de calidad de características documentales, sino que el mismo no parece ser uno opción para los creadores locales, que mayoritariamente se vuelcan a la ficción, dejando la producción y creación documental en manos de proyectos que pasan por intereses registrales de gobierno o fundaciones.
Sin embargo, hay un terreno fértil para la creación documental y una serie de ventajas en relación a la ficción, que invita a que los creadores puedan ampliar su mirada sobre este tema. Basta enumerar rápidamente algunas de las particularidades de este formato. Por un lado, el documental permite trabajar con grupos de rodaje reducidos y los equipos de registro son portables y hasta cierto punto accesibles. Además hay una fuente de financiación directa a través de la ‘via digital’, una línea de créditos creada en 2007 por el INCAA. Por otro lado, el documental tiene pantallas en las salas cinematográficas, canales de TV y plataformas de video en demanda y hay un resurgimiento sostenido del género en Argentina, con una media de 60 producciones documentales anuales.
…Solo resta que los creadores locales se vuelvan a enamorar de este género, que como vemos tiene mucho para darle a la provincia.
Independientemente de estas ventajas comparativas hay una necesidad como provincia de rescatar la historia, costumbres y cultura locales y el producto audiovisual es uno de los caminos más idóneos para tal fin. Desde este punto de vista, ¿Sería deseable desde el estado provincial un rol más activo en el fomento de la actividad audiovisual dirigida al género documental?
Con la creación de la sede Cuyo de la ENERC, que desde hace años dota a la provincia de realizadores integrales, hay un primer paso muy grande dado en ese sentido. Los fomentos a la producción, como el programa San Juan filma en cuya edición el año pasado se seleccionó el documental, “Mi chino”, que trata sobre la persistencia en áreas urbanas del fenómeno de los danzantes de la virgen de Andacollo, es otro. Solo resta que los creadores locales se vuelvan a enamorar de este género, que como vemos tiene mucho para darle a la provincia.