Opinión

De tiempo somos

Por Damián López

17/11/2022

De tiempo somos

Tiempo, tiempo, tiempo…

Todos los procesos culturales requieren tiempo. Todos. No importa de qué definición de cultura partamos, ni de qué “sector” de la cultura estemos hablando.

Pensada antropológicamente, la cultura es ese lento devenir en el que nuestra identidad colectiva se construye a través de múltiples sedimentaciones de prácticas, costumbres, expresiones y conflictos. Para que realmente funcionen, estos mecanismos no pueden ser forzados ni apurados: la “implantación” a la que suelen recurrir los capitales transnacionales podrá ser aparentemente efectiva en el corto plazo, pero nos sobran ejemplos de marcas y productos que no nos queda claro a dónde fueron a parar (teoría no aplicable a bebidas azucaradas altamente adictivas de fórmula secreta).

Pensada de una forma un poco más restringida, la cultura es la manifestación de una identidad (individual y a la vez social) en un hecho artístico concreto. Ese hecho está montado sobre un lenguaje, un código que debe ser necesariamente compartido, si es que verdaderamente pretende generar algún tipo de conexión con su receptor. Y a la vez, el uso que se haga de ese lenguaje debe ser, de alguna manera, original (con todo el peligro que implica esa palabra) si es que pretende lograrse un hecho artístico “real”.

Toda esta construcción requiere tiempo: tiempo para adquirir un profundo conocimiento del lenguaje que se pretende utilizar, tiempo para encontrar los rasgos particulares de esa identidad que se pretende expresar, tiempo para tomar contacto con otros hechos artísticos y construirse un “gusto” (y no mandarse cualquiera), tiempo para conocer los medios y condiciones de producción, tiempo para incorporar la obra producida en los circuitos existentes, o tiempo para generar circuitos nuevos, tiempo para formarse, tiempo para viajar, tiempo, tiempo, tiempo.

Y después, mucho más tiempo para que la obra se encuentre con su público, resista a todas las maniobras que tiene nuestra “cultura” para valorar la inmediatez y la fugacidad: la única forma de que una obra se convierta en un clásico centenario es que pasen 100 años. No hay vuelta que darle.

 

 

La cultura es, como planteaba Bourdieu, un dios de dos caras, con la mirada puesta en la construcción social, en una búsqueda estética profunda y cansina, pero también en lo operativo, en la optimización de procesos y recursos, en la eficiencia y la rentabilidad.

Este panorama, aunque sea un desafío para todos los que intentamos trabajar en la cultura, es algo conocido y hasta valorado por los artistas. O sea: no es el problema. Pensada pragmáticamente, hay otras aristas del trabajo cultural que involucran tiempo y son bastante más traumáticas para algunos involucrados.

El primero que se me ocurre (y que todos los sanjuaninos conocen muy bien) es la puntualidad. Pareciera que nunca nos podremos salir del eterno cuento del huevo y la gallina: los eventos culturales no empiezan temprano porque la gente no llega, y la gente no llega porque saben que nunca empieza temprano. Y el resultado, la mayoría de las veces, es el esperable: muchas movidas terminan empezando cada vez más tarde, con cada vez menos gente.

Otro tema en el que está involucrado el tiempo y suele ser bastante complicado es la compra, ya sea de insumos o de maquinarias, en sitios o empresas fuera de la provincia. Además de que el producto no se puede ver y tocar hasta que llega (y ya está pagado), calcular los tiempos de abastecimiento de materiales (papeles, telas, componentes electrónicos, lo que sea) es siempre muy complejo: siempre corremos el riesgo de pasar días inactivos hasta que nos llega lo que necesitamos, sobre todo cuando las empresas de envíos no son muy constantes en sus plazos de entrega, ni muy receptivas en las comunicaciones. Lo mismo para cuando se nos rompe una máquina.

El último problema “temporal” del que podemos hablar (que seguro no es el último que vamos a tener) proviene, cuándo no, de la interacción con el Estado. La gestión cultural implica, como sabemos, subsidios, permisos, habilitaciones, pedido de recursos, espacios, etc. Como también sabemos, la administración pública se mueve a fuerza de una presencia insistente. Y por los horarios en los que funciona (otro problema de tiempo) los artistas y gestores deben recortar su horario laboral para perseguir uno o varios expedientes, por diferentes oficinas que muchas veces no tienen conocimiento de cómo funcionan las actividades de “nuestro” tipo.

Esta dinámica, sumada a la hermosa costumbre de no notificar nada hasta que uno no va a preguntar, hacen que muchas veces, la opción por la autogestión sea una cuestión de salud mental. Porque suponiendo que, para hacer un evento, tenemos que pedir el permiso del espacio en una oficina, el sonido en otra, la difusión en otra, la resolución de aval en otra… el ataque de ansiedad/pánico/emoción violenta/vandalismo está a la vuelta de la esquina.

Y todo esto asumiendo que ya tenemos el “visto bueno”, que el proyecto está aprobado, que dieron fruto las horas y horas que nos pasamos en la puerta de la oficina de tal o cual funcionario esperando que nos diga “pegate una vueltita la semana que viene” (cuando lo que queremos hacer es dentro de 3 días).

Los plazos de la cultura son extraños.

La literatura se lanza a la eternidad, pero el imprentero no sabe en cuánto te tiene el libro, el flete llega cuando tiene ganas y el espacio para la presentación no sabe cuándo es la fecha porque el organizador no puede saber cuál es la fecha.

El artista amigo que anda de gira te avisa 2 días antes que va a andar de pasada por tu provincia por si pinta hacer algo, pero el expediente para pedir un teatro hay que presentarlo 6 meses antes y pasar por la oficina día por medio. O capaz que el recital se hace, y ya está todo listo para dar puerta, pero el sonidista acaba de salir y nadie sabe a dónde, y es el único que sabe cómo prender la consola.

Estaría buenísimo hacer una feria de libros, o ilustraciones, o música, al aire libre, pero la vereda hay que pedirla en Catastro, la plaza en Espacios Verdes, la corriente en Servicio Generales, la habilitación en Bomberos, el permiso para vender en Hacienda y los sellos que tenés que poner en el flyer te los mandan del Área de Comunicación. Hermoso todo.

Dicho sea de paso: no hay remate. Esta no es la única situación posible… o sí, y está todo como un poquito exagerado… o no. Lo cierto es que todo se reduce más o menos a lo mismo: solidaridad, trabajo en redes, idoneidad en los cargos, tomar conciencia del trabajo cultural, recordar que la cultura es, como planteaba Bourdieu, un dios de dos caras, con la mirada puesta en la construcción social, en una búsqueda estética profunda y cansina, pero también en lo operativo, en la optimización de procesos y recursos, en la eficiencia y la rentabilidad.

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